miércoles, 13 de octubre de 2010

Amadeo (Pepe Isbert, El verdugo)


- Oye, oye. Calma, calma. Te lo he dicho veinte veces, llegará el indulto.
- ¡No, que no llega!
- Que no importa, es lo que pasa siempre. Ah, no olvides apretar la palomilla de la derecha, porque si no los hierros resbalarán en el palo.

Amadeo trata de tranquilizar a su desesperado yerno.

Amadeo es uno de esos personajes milagrosos del cine español que surgen de la inspiración del guionista, de la complicidad del director y del inmenso talento del intérprete. Pepe Isbert tenía 77 años cuando protagonizó “El verdugo” (1963). Seguía siendo en esencia un actor de reparto, pero Luis García Berlanga ya le había aupado diez años atrás al estrellato gracias a “¡Bienvenido, Mister Marshall!” (1953). A pesar de su físico, era un cómico de poderosa presencia en la pantalla y poseía un timbre de voz ronco e inconfundible, agravado (pero provechoso para el cine) por su cáncer de laringe.
El veterano verdugo de la película es un hombre cordial, bonachón y humilde que, después de tantos años, ya está acostumbrado a la soledad y al desprecio de los demás. Acaba de liquidar a un condenado y sale por la puerta tranquilo, saluda a los guardias sin obtener respuesta y coloca su bolsa de trabajo en la mesa donde uno de los vigilantes tiene el desayuno. El hombre le recrimina y él pide perdón. Luego intenta mantener una conversación sobre el tabaco que todos rehuyen. “Yo debería dejarlo por los bronquios, pero no tengo coraje”. Sorprendente falta de coraje para alguien que acaba de aplicar el garrote vil a un ser humano.
Por su plácida apariencia, en su maletín podría guardar un instrumento musical, deberes de los alumnos o las herramientas de un fontanero. No tiene remordimientos de conciencia por su oficio ni dinero para replantearse otra manera de ganarse la vida. “Si existe la pena de muerte, alguien tiene que aplicarla”, le cuenta a José Luis (Nino Manfredi), su futuro yerno y empleado en una funeraria.
Como carece de complejos de culpabilidad, se permite filosofar sobre su sórdida misión en la vida. “Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano. ¿Qué es mejor? ¿La guillotina? ¿Usted cree que se puede enterrar a un hombre hecho pedazos?”. Ejecutar a un condenado no deja de ser, a su modo de ver, una ocupación inevitable, que asume con tranquilidad y resignación. Por eso, no tiene reparos en simular en el cuello de Álvarez, amigo de José Luis, cómo se coloca el garrote vil o en ponerse para la boda de su hija el mismo traje que utiliza para su trabajo. “¡Si está nuevo! Total, tres veces en cinco años”. Sin pretenderlo, la seriedad del personaje provoca momentos de comedia: Cuando Carmen le pregunta a su marido su talla y éste no la sabe, ella le pregunta a su padre, que tras una fugaz ojeada al cuello de su yerno, asegura con la profesionalidad del experto: “41”.

Los tres sueñan con el piso. 
Amadeo posee dignidad y sentido del honor. Cuando pilla a su hija Carmen (Emma Penella) con José Luis junto a una cama deshecha, reacciona como si le hubieran deshonrado. La promesa de boda lo arreglará todo y es cuando el espectador empieza a preguntarse si el buen hombre no estará controlando a su antojo la situación. Esta suposición queda más patente cuando, al borde de la jubilación, descubre que perderá el piso de protección oficial si no encuentra antes un remedio. Y la única solución es que su yerno herede su siniestra profesión.
Comienza así su agobiante presión hacia José Luis. Éste, incapaz de decir que no, irá aceptando todos los pasos que le marca su suegro, incluida la visita al señor Corcuera (la escena de la firma de libros es antológica) para que lo recomiende en el ministerio. Amadeo dirige la vida de su yerno con paciencia y maestría, siempre con la falsa garantía de que, llegado el hipotético caso de una ejecución, podrá dimitir.
Así ocurre finalmente. José Luis tiene que encargarse de un condenado a muerte en Palma de Mallorca y decide llevarse a la familia por si acaso necesita que Amadeo le reemplace en el momento justo. “No te preocupes, que lo indultan. Con la de viajes que he hecho en balde...”, le insiste el viejo verdugo, que actúa como un padre que lleva al hijo a la consulta del dentista con la improbable promesa de que no le quitará ninguna muela.
El desenlace, además de una magistral lección de cine (el plano del condenado que avanza sereno delante de su verdugo, que se tambalea, lo confirma) nos desvela las miserias humanas:
José Luis: - ¡No lo haré más, ¿entiende? ¡No lo haré más!
Amadeo: - Bah, eso mismo dije yo la primera vez. 

El verdugo se derrumba. Magistral plano que se inventó Berlanga.    

Curiosidades
- Nada más terminar el rodaje, Pepe Isbert fue operado de cáncer de laringe y perdió su voz. El director buscó a un imitador para que lo doblase en la post-producción, pero fatalmente se murió el candidato. Afortunadamente, el actor se recuperó y pudo doblar su voz.
- Luis García Berlanga quería José Luis López Vázquez para el papel de José Luis, pero los productores italianos de la película impusieron a Nino Manfredi.
- La elección de “El verdugo” para la sección oficial del Festival de Venecia provocó tensiones políticas. Sólo catorce días antes de la presentación de la película, murieron ejecutados los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado. Alfredo Sánchez-Bella, embajador español en Roma, salió indignado de la proyección previa y denunció el film como una conspiración antifranquista: no en vano a Franco se le llamaba en Europa ‘El Verdugo’.
- García Berlanga afirma que construyó la película a partir del plano final. La idea se le ocurrió gracias a un amigo abogado; éste le relató el caso de un verdugo que sufrió un ataque de nervios al tener que ejecutar en 1959 a Pilar Prades, conocida como ‘La Envenenadora de Valencia’.
- Emma Penella confesó que durante el rodaje de la película se le olvidaban a menudo los diálogos por la impresionante actuación de Pepe Isbert, que encandiló a todos.
- La censura española impuso diecisiete cortes al guión de Rafael Azcona y García Berlanga, que sufrió durante meses las iras de la administración franquista. 

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