sábado, 9 de octubre de 2010

Bill El Carnicero (Daniel Day-Lewis, Gangs of New York)

Daniel Day-Lewis es un actor único e inclasificable. Sólo se parece a sí mismo. Cualquiera de sus papeles, desde el Christy Brown de “Mi pie izquierdo” (1989) hasta el Daniel Plainview de “Pozos de ambición” (2007), constituye una revelación para el aficionado. Quienes seguimos su intermitente carrera con auténtica devoción no fuimos a ver “Gangs of New York” (2002) por Martin Scorsese, sino por este extraordinario actor, que regresaba a la pantalla después de cinco años ausente.

Bill, junto a Amsterdam y parte de su banda.

Bill ‘el Carnicero’ (William ‘the Butcher’ Cutting) es un personaje que queda grabado en nuestra retina desde su aparición, cuando la cámara se acerca a su extravagante figura: es un dandy con chistera alargada, pantalones a rayas y paños de colores. En su rostro, ávido de sangre, hay un ojo de cristal; en sus manos, cuchillos de carnicero que utiliza con maestría; y en sus labios, un desafío: “¡Que el Señor de los Cristianos guíe mi mano contra vuestro Papísimo romano!”, le grita al sacerdote Vallon.

Bill asesta el golpe mortal a Vallon.
Ambos son los respectivos líderes de los Nativos y los Conejos Muertos y luchan por el control de Five Points, uno de los puntos estratégicos de Nueva York. Bill mata a Vallon (Liam Neeson) delante de su hijo Amsterdam, pero no permite que nadie toque su cuerpo. Siente hacia él un respeto profundo, por su fortaleza, su integridad y su concepto del honor, aunque sea opuesto al suyo. Ha sido su mejor rival, alguien que respetaba las viejas normas y el único que podía haberle dado una muerte digna. “Orejas y narices serán los trofeos del día, ¡pero que ninguna mano le toque a él! ¡Que ninguno de vosotros le toque! Él cruzará entero, con honor”.
Estamos a mediados del siglo XIX y Bill controla los bajos fondos de la ciudad. Domina a los mendigos, a los ladrones, a las prostitutas, a los chinos, a los policías, a los políticos corruptos... De todos ellos obtiene beneficio. Es fanático, ultrapatriota y xenófobo. Odia a los irlandeses y a los negros tanto como desprecia a los traidores, a quienes bajan la mirada y a los que no van de frente, como el hombre que le dispara en el teatro. Cuando recibe el balazo, grita más de rabia por la cobardía de su ejecutor que de dolor por la herida.
Amsterdam (Leonardo Di Caprio) regresa a la ciudad dieciséis años después y Bill no tardará en apreciar en él las cualidades que más admira; poco a poco lo irá tratando como a su propio hijo, sin saber que se trata del primogénito de su respetado enemigo. Con él será cariñoso, confidente y protector y le permitirá que se líe con Jenny (Cameron Diaz); a los demás les brinda cinismo, crueldad, tiranía y un sentido del humor hiriente y a veces macabro.

“Tengo 47 años, ¿y sabes cómo me he mantenido vivo tanto tiempo, todos estos años? Miedo... el espectáculo de actos terribles. Si alguien me roba, le corto las manos; si me insulta, le corto la lengua; si se rebela contra mí, clavo su cabeza en una estaca, y la pongo bien alta, para que puedan verla todos. Eso es lo que mantiene el orden de las cosas: el miedo”

Cuando descubre su verdadera identidad, Bill le pierde el respeto a Amsterdam. El hijo de su admirado adversario es tan traidor como el hombre que atentó contra él y no va a tenerle ninguna consideración. “No se ha ganado la muerte, no se ha ganado que le mate con mis propias manos”, grita después de dejarle malherido y de humillarle delante de todos.
A estas alturas de la película queda claro que el personaje de Bill es el más trabajado y rico de todos. Los detalles brillantes de la interpretación son numerosos: la conversación con Amsterdam en su habitación, en la que aparece ataviado con una bandera americana, es soberbia; en la brutal escena de la muerte de Monk (Brendan Gleeson), Bill se queda quieto delante de él, impaciente y silencioso ante la lección de democracia que le ofrece su adversario político; de repente, lanza un elocuente suspiro de hastío y sube las escaleras para matarlo: él no cree en la democracia, soluciona los problemas con remedios primitivos.

Patriota hasta el fin.
En otra escena insignificante, Amsterdam se le acerca para retarle a un duelo entre bandas. Bill está fumando su pipa, se la quita de los labios lo justo para decir “Acepto el desafío” y vuelve a dejarla colgando de su boca. Posee una elegancia notable. Son los detalles casi inapreciables los que hacen grande a un personaje y Daniel Day-Lewis los trabajó al máximo.
Amsterdam culmina su venganza en medio del caos que se origina por las revueltas y la intervención del ejército por las calles. Bill se ha clavado un cuchillo y va a morir. Acepta su destino. “Gracias a Dios, muero como un auténtico norteamericano”, son sus últimas palabras. Quizá por acelerar su fin, como hizo con su padre, o por el afán de matarlo con sus propias manos, se abalanza sobre él y le propina el golpe de gracia. El joven le entierra junto a la tumba del sacerdote Vallon, como un tributo de respeto.

Curiosidades:
- “Gangs of New York” está escrita a partir del libro “The Gangs of New York: An Informal History of the Underworld” (1928) del periodista y escritor estadounidense, Herbert Asbury (1889-1963).
- Muchos de los personajes que aparecen en la película, incluido el de William ‘The Butcher’ Cutting (Bill El Carnicero), están basados en personajes reales. Concretamente Bill era William ‘The Butcher’ Poole y murió acribillado por un policía.
- Todos los actores de la película tuvieron que pasar por un cásting, excepto Daniel Day-Lewis, ya que ese papel era “suyo” desde que Scorsese se le ofreciera tras filmar ambos “La edad de la inocencia” (1993).
- El actor había abandonado el cine tras bordar su papel de Danny Flynn en “The boxer” (1997) y se había refugiado en Italia a vivir. Regresó cuando Scorsese le anunció que iba a acometer por fin el viejo proyecto. En realidad, ya en 1977 se especulaba con el rodaje de “Gangs of New York”.
- La implicación y capacidad de trabajo de Day-Lewis en la película fueron tales que en los descansos del rodaje no se dirigía a sus compañeros por sus nombres verdaderos sino por los de sus personajes.

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