miércoles, 27 de octubre de 2010

Susan Vance (Katherine Hepburn, La fiera de mi niña)

“Reconozco que en los momentos de paz me he sentido atraído por usted, pero lo cierto es que no ha habido paz”.  David Huxley (Cary Grant)

Susan, siempre más libre que David.

Katherine Hepburn está considerada como la mejor actriz de todos los tiempos y no tengo argumentos ni deseos de discutir esa merecida distinción. Existe al menos una docena de grandes películas que lo respaldan y el doble de personajes protagonizados por ella que prácticamente lo confirman. De todos ellos, siento verdadera devoción por Leonor de Aquitania (“El león de invierno”), Tracy Lord (“Historias de Filadelfia”), Amanda Bonner (“La costilla de Adán”), por supuesto Rose Sayer (“La reina de África”) y, especialmente, ese delicioso desastre natural que se llama Susan Vance.
La actriz tenía 31 años cuando afrontó la primera comedia loca (“screwball comedy”) de su carrera. Aunque ya era una estrella gracias a “Gloria de un día”, “Damas de teatro” y “Mujercitas”, los estudios la consideraban “veneno en taquilla”. Y “La fiera de mi niña” (“Bringing up, Baby”, 1938), dirigida por Howard Hawks, no iba a ser una excepción. Posiblemente, el espectador de aquella época ya tenía bastante con los hermanos Marx y no estaba preparado para asimilar semejante desenfreno de comedia con otros intérpretes.

Paula Prentiss con Rock Hudson.
Susan Vance es un personaje irracional pero encantador y ese equilibrio es uno de los que más escuela han creado en el cine. Directamente la imitaron Barbra Streisand (“¿Qué me ocurre, doctor?”) y Paula Prentiss (“Su juego favorito”), casi dos homenajes de Peter Bogdanovich y del propio Hawks, pero la personalidad de Susan la hemos visto reflejada en infinidad de actrices, desde Barbara Stanwyck y Jennifer Jones a Rosanna Arquette y Melanie Griffith.
El argumento de la película podría explicarse así: El profesor David Huxley (Cary Grant) necesita un millón de dólares para su museo de historia natural y tropieza con Susan Vance, la sobrina de la millonaria señora que debería donarle ese dinero. En apenas veinticuatro horas será cómplice del robo de un vehículo, tendrá que comprarle 12 kilos de solomillo a un leopardo, perseguirá de forma incansable a un perro, vestirá un salto de cama femenino, le tomarán por loco hasta los empleados de un circo y hará el ridículo de una manera permanente.
David conoce a Susan en el campo de golf donde ha quedado con Alexander Peabody (George Irving), abogado de la millonaria Carleton Random (May Robson). Le ha quitado su pelota de golf, pero ella no atiende a razones. Tampoco cuando se dispone a marcharse con el vehículo de David.
“Su pelota de golf, su coche... ¿Pero hay algo aquí que no sea suyo?”.
“Por suerte, usted”.
Es evidente que Susan vive a un alto nivel, sin necesidad de trabajar, gracias a las rentas de su tía. No conocemos nada de sus padres ni de su pasado, ni de su éxito con los hombres ni de sus amistades. De su vida privada sólo sabemos que tiene un bonito apartamento y que su hermano Mark está en Brasil. Es una mujer inclasificable e independiente. La vemos en una fiesta sentada en la barra del bar y jugando con el camarero a meter olivas en las copas. Ahí vuelve a encontrarse con David, con humillante resultado para él. “Se le cae una aceituna y yo me siento en mi sombrero, veo que todo encaja”.

David siempre está huyendo de ese desastre natural que es Susan.
 Ella se ha fijado en ese hombre con gafas, torpe y despistado que la regaña siempre y que anda preocupado sólo por la clavícula intercostal del brontosaurio que tiene en el museo. Su mirada nos muestra de repente que acaba de encontrar al hombre de su vida y, pese al rechazo de David, no va a darse por vencida. En la misma fiesta, y tras una breve conversación con el psiquiatra Fritz Lehman (Fritz Feld), le persigue con resultados catastróficos: se equivoca de bolso, le rasga la levita y ella acaba con el vestido roto, enseñando su ropa interior (“¿No pensará que lo hice a propósito?”, es la disculpa que repite). La genial salida que improvisan para que nadie la vea en paños menores es una de las escenas más divertidas del cine.
Susan Vance es un cóctel que de vez en cuando se agita frenéticamente: irreflexiva, absurda, irracional, despreocupada, caprichosa, mentirosa, divertida, imprudente y espontánea. Para David Huxley es un torbellino peligroso. Primero le convence de que el abogado que busca, Peabody (a quien de forma sistemática él siempre da plantón), es amigo suyo y hace todo lo que le pide; luego se le ríe en la cara cuando le cuenta que se va a casar: “¿Y para qué?”, exclama jocosa; al día siguiente le llama por teléfono para preguntarle si quiere un leopardo y, cuando él acude en su ayuda por creer que le está atacando, se mete definitivamente en el lío. “Usted lo ve todo al revés, no he conocido a nadie igual”.
A Susan no le queda más remedio que improvisar para atraerle y así retrasar su boda con la señorita Swallow (Virginia Walker). Se llevan a Baby, el leopardo, a la finca de su tía en Connecticut, y lo que les ocurre es un frenesí continuo. Para ella, sin embargo, no hay nada extraordinario en lo que hace. Parece como si robar un vehículo, chocar contra un camión o arrastrar a un leopardo formaran parte de su cotidiana existencia. “David, no hay quien le entienda, en cuanto se soluciona una cosa empieza a preocuparse por otra”, le reprocha.

Baby, el otro protagonista de la película.

Dispuesta a todo para que no regrese a Nueva York, ordena que laven y planchen su ropa mientras él se ducha. David tiene que salir con una bata femenina, lo que da pie a uno de los diálogos más analizados y polémicos (por los rumores de homosexualidad en torno a Cary Grant) de la época:
“¿Por qué va vestido así?”, le pregunta la tía Elizabeth Random.
“¡Porque de pronto me he hecho gay!”, exclama él en la versión original.


Susan es incansable para meter en líos al que ya considera “el único hombre al que he amado”. A su tía le hace creer que sufre un trastorno psíquico, que se llama David Hueso (Bone en original) y que su ocupación es la caza mayor. El diálogo entre ellas no tiene desperdicio:

- ¿Cómo se llama él?
- David… Hueso.
- ¿Huesos?
- Un hueso.
- Uno o dos huesos sigue siendo ridículo. ¿A qué se dedica?
- Caza.
- ¿Qué caza?
- Animales.
- ¿Caza mayor?
- Enorme.

Durante la cena, a la que acude el comandante Horace Applegate (Charles Ruggles), David sólo se ocupa de vigilar al perro George -que le ha robado su hueso prehistórico- para que no se encuentre con Baby. Susan, mientras tanto, sigue a lo suyo: “El señor Hueso tiene dos médicos; uno le dice que descanse y el otro, que haga deporte”, les explica a su tía y a Applegate para justificar la extraña conducta de David.
Cuando el leopardo se escapa, la trama se complica de una manera vertiginosa. Susan le pedirá a David que hable con el personal del zoo para que atrapen al leopardo, pero cuando se entera de que la mansa fiera es un regalo para su tía, se enfada con él por cumplir lo que le había pedido: “Oh, David, nos has metido en un buen lío”.

David Huxley, al borde de la desesperación.

La persecución del leopardo y del perro transcurre por el bosque de manera delirante. Se caen por un barranco, se hunden en el río, roban un peligroso leopardo creyendo que es Baby… Susan está deliciosa cuando se pone a bailar al perder un tacón y observa con dulzura a David, que ya no lleva gafas. Pero cuando éste le invita a marcharse porque es un estorbo, ella se echa a llorar por primera vez. Juraría, una vez más, que no es más que una de sus tretas para conseguir lo que se propone.

- ¿Quieres que vuelva a casa?
- Sí.
- ¿No quieres que te ayude?
- No.
- ¿Con lo que nos divertimos?
- Sí.
- ¿Con todo lo que he hecho por ti?
- Por eso mismo.

La pareja va a parar a la cárcel, donde el sheriff Elmer (más absurdo si cabe que Susan), acabará encerrando a todos, incluida a la tía Elizabeth. Susan se da cuenta de la estupidez de ese hombre y decide ponerse a su altura para tratar de escapar; así, le hace creer que todos pertenecen a la “banda del leopardo”, imita a la perfección la voz de una delincuente barriobajera (Susie “Cerraduras”) y en un descuido se escapa por la ventana.

“Veo que cojea. ¿Le hirieron en algún golpe?”
“No, he perdido el tacón”

Susan es tan obstinada que acaba atrapando al leopardo peligroso que se había escapado, convencida de que se trata de Baby. No podemos ni imaginar cómo habrá podido hacerlo, pero ahí está ella, satisfecha mientras los demás contemplan aterrados a la fiera. David le ayudará con sangre fría y lo encerrará antes de desmayarse.
Un hombre puede enamorarse de una mujer así, no cabe duda, pero ¿será capaz de convivir con semejante peligro? Mientras trabaja en su brontosaurio, David Huxley se da cuenta de que está enamorado de Susan. No puede evitarlo. Le arruinará el museo, le pondrá en ridículo muchas veces y transformará su apacible y metódica vida en una continua e inesperada pesadilla, pero, puestos a elegir, se lo va a pasar en grande el resto de su vida. Como nosotros desde que se estrenó esta joya de película.

Curiosidades
- “La fiera de mi niña” está considerada hoy en día como la “screwball” del cine por excelencia y una de las mejores películas de todos los tiempos. No obstante, en su día sólo recaudó unos 300.000 dólares, ni siquiera una tercera parte de lo que costó.
- En el guión, firmado por Dudley Nichols, participó Hagar Wilde, la autora de la novela corta en que está basada la película.
- Katherine Hepburn sólo había protagonizado dramas románticos y comedias blandas antes de hacer el papel de Susan. A Hawks le costó trabajo explicarle que no tenía que hacerse la graciosa, sino dejarse llevar por las situaciones. La Hepburn lo entendió perfectamente.
- La actriz estaba atravesando en esos momentos por una delicada situación: por un lado, estaba luchando para conseguir el papel más codiciado del momento, la Escarlata O’Hara de “Lo que el viento se llevó”, para la que existían numerosas candidatas. Además, por Hollywood circulaba una lista de intérpretes “venenosos” para la taquilla y ella estaba incluida, junto a Joan Crawford, Greta Garbo, Marlene Dietrich o Fred Astaire, entre otros. 
- Su relación sentimental con el magnate Howard Hughes le permitió protagonizar a Susan, aunque no consiguió imponer, como pretendía, a Spencer Tracy para el papel de David.
- El rodaje debió ser un divertido caos, ya que Howard Hawks improvisaba a su antojo y cambiaba el guión con mucha frecuencia. Los actores aportaron ideas y diálogos sobre la marcha.
- El perro George se llamaba Skippy y había saltado a la fama en las películas “La cena de los acusados”, “Ella, él y Asta” y “La pícara puritana”, entre otras.
- Katherine Hepburn se encariñó del leopardo durante el rodaje y jugaba con él a todas horas. A la domadora de la película le asombró la facilidad con que la actriz dominaba a los animales.

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