domingo, 16 de enero de 2011

Alicia Huberman

(Ingrid Bergman, "Encadenados")

El agente Devlin protege a Alicia Huberman.

Alicia Huberman es una mujer única en la filmografía de Alfred Hitchcock. Por mucho que repase los personajes femeninos de su cine no encuentro a nadie tan sacrificado y entregado como ella. Si acaso posee el aire victimista de Margot ("Crimen perfecto"), comparte la misma afición juvenil por la bebida, la juerga y los hombres que la redimida Melanie Daniels ("Los pájaros") y se echa en brazos del enemigo, al igual que Eva Kendall en "Con la muerte en los talones". Además, es tan apasionada que no juega ni coquetea con el amor: Alicia se entrega a Devlin con sincera devoción. A pesar de la fabulosa trama que se teje a lo largo de "Encadenados" ("Notorious", 1946), se diría que el único propósito que ella persigue es demostrarle a ese hombre que es una mujer de la que se puede fiar y enamorar.
Alicia resulta tan espléndida como la actriz que la interpreta, una Ingrid Bergman que ya había protagonizado excelentes películas, entre ellas "Casablanca" y "Luz que agoniza". Su carrera y su personalidad resultan admirables; además de una elegante belleza, Bergman poseía un halo trágico que encajaba muy bien en los papeles de cierta complejidad dramática. Su relación con el director italiano Roberto Rossellini destapó la bajeza moral del Hollywood más hipócrita e ingrato, ya que llegaron a declararle persona non grata. Pocos años después la encumbrarían de nuevo entre ovaciones y homenajes, pero el mal ya estaba hecho.
"Encadenados" es una historia de amor que late con fuerza entre botellas enigmáticas, llaves misteriosas, espías nazis, agentes federales y personajes de poderoso magnetismo. Alicia es hija de John Huberman, un agente alemán que ha sido condenado a veinte años de prisión por traición a los Estados Unidos. Agobiada por la presión policial y por su traumática situación familiar, ella sólo quiere olvidarlo todo con juergas, alcohol y compañía masculina.
La película arranca en Miami (Estados Unidos) en abril de 1946. Alicia da una fiesta en su casa tras el juicio a su padre. Reparte whisky y frivolidad entre sus invitados, pero hay uno especialmente que le llama la atención. No habla, no se inmuta; lo vemos de espaldas y sabemos lo atractivo que debe ser a través de la encandilada mirada de Alicia. Cuando se quedan solos descubrimos a T.R. Devlin (Cary Grant), un tipo elegante y frío, pero con un fuerte magnetismo.
Por lo que sabemos a lo largo de la película, ella es una mujer sensual, seductora con los hombres y ociosa, con un nivel de vida lujoso, al igual que los amigos que la acompañan. Parecen vivir en una continua fiesta, ahora en las playas de Miami y al día siguiente en La Habana. Hitchcock sólo nos da una pista acerca de su comportamiento: cuando descubrió las actividades de su padre, su mundo se derrumbó y es posible que actúe con ligereza en la vida para olvidar que es hija de un nazi.
Chica de mala fama: ese es uno de los significados de "notorious", el título original. En versión doblada nos ofrecieron otro igual de sugerente: encadenados. En el momento en que salen afuera y él le coloca un pañuelo a la altura del ombligo sentimos el alcance del título en castellano.
- ¿No necesitas un abrigo?
- Tú eres mi abrigo.

Alicia quiere borrarle la sonrisa de la cara a Devlin.

Devlin es un agente federal, pero ella sólo lo sabrá cuando un policía la detenga por conducir borracha y a gran velocidad, ya que ha decidido borrarle la sonrisa de la cara a ese hombre tan imperturbable y seguro de sí mismo. Alicia reacciona con agresividad al conocer de quién se trata y él le pega un puñetazo en la barbilla para dormirla; al día siguiente le explica el plan: el FBI la quiere utilizar para desmontar una red nazi en Sudamérica que tiene su sede en Brasil. Ella se muestra escéptica incluso cuando le pone una grabación en la que se demuestra que aborrece a padre y defiende el país que los acogió, los Estados Unidos.
Está dividida entre el odio que siente hacia la policía y su atracción por Devlin y éste no hace nada por convencerla, se muestra frío e indiferente. Cuando ella acepta, ni siquiera se lo agradece, simplemente se levanta y se marcha sin más; le deja bien claro que si ha habido algún momento de atracción sólo ha sido porque se trataba de su misión.
En el avión que les traslada a Río de Janeiro hay un momento prodigioso que casi pasa desapercibido. Devlin le ha comunicado que su padre se ha suicidado y para ella resulta un alivio. "Ya no tengo que seguir odiándole ni odiándome a mí misma". Cuando Alicia contempla la ciudad por la ventanilla de la derecha, su cuerpo y su rostro se inclinan hacia Devlin, que la mira como si hubiera recibido un flechazo instantáneo: resulta absolutamente revelador, porque en apenas tres segundos nos damos cuenta de la súbita atracción que siente hacia esa mujer a la que hasta hace un rato aborrecía.
Huberman se siente fascinada por ese tipo que no le hace ni caso, que contesta con monosílabos y que desconfía de su nuevo estado de ánimo. Se ha enamorado y eso la ha cambiado, pero no parece suficiente para el agente federal, frío, odioso y escéptico.
- ¿Me has oído? Me he vuelto abstemia. Un buen cambio, ¿eh?
- Bueno, eso es sólo una frase.
- ¿No puede cambiar una mujer?
- Sí, cambiar es divertido... durante un rato.
Mientras esperan instrucciones del capitán Paul Prescott (Louis Calhern), ambos están juntos a todas horas y esa estrecha relación acaba en el primer beso de amor. Alicia ha manejado la situación hasta donde ha querido y se entrega a Devlin sin condiciones. El largo beso en el apartamento, interrumpido por las cortas palabras que se dedican, es un momento de pasión irrepetible en la historia del cine. La mirada de Ingrid Bergman ilumina toda la secuencia hasta que él se despide en la puerta.

Uno de los besos más famosos de la historia del cine.

- Nuestro amor es bastante extraño.

- ¿Por qué?
- Porque a lo mejor tú no me quieres. ¿Me quieres?
- Los actos importan más que las palabras.

Paul Prescott le cuenta a su agente el plan previsto para Alicia: debe contactar con Alex Sebastian (Claude Rains), el jefe de la red nazi en Brasil, para saber todos los datos posibles acerca de sus actividades. A Devlin no le gusta la idea y le explica a Prescott que ella no es esa clase de mujeres. Pero su sentido del deber le lleva a retomar esa pose fría y desapasionada cuando vuelve a su lado. Ya no le abraza cuando ella, amorosa, juguetona y bromista, reanuda aquel beso.

- Este es el momento en que me vas a decir que tienes esposa y dos niños encantadores. Y que esta locura no puede continuar ni un minuto más.

- Apuesto a que has oído eso muchas veces.

La magia entre ambos ha desaparecido de repente. Alicia se siente humillada y herida por ese golpe bajo que le ha propinado. De nada ha servido el cariño de los últimos días y sus esfuerzos para demostrarle que es una mujer de fiar. Es como volver a empezar. Lo peor es que la misión significa agradar y enamorar a un hombre, es decir, una regresión al pasado que quería olvidar. "
¿No dijiste nada? ¿Por ejemplo, que no era la mujer adecuada? Ni una palabra a favor de esta loca enamorada que habías dejado unas horas antes"
, lamenta resignada.
Devlin no está por la labor de ayudarla. No quiere decidir por ella. Seguramente bastaría con una insinuación o un leve consejo, pero se muestra hermético incluso cuando le pide, como último recurso, que le diga lo que no se atrevió a decirles a sus jefes: que es buena, que le ama, que no cambiará más. "Espero tu respuesta", es su lacónica contestación. La habilidad de Hitchcock evita que el público odie a Cary Grant en ese momento: dedica miradas implacables a Alicia, sin un resquicio de compasión ni de simpatía; pero de alguna manera intuimos que en su interior le falta poco para abrazarla.

Ingrid Bergman, fascinante en la película.

Tal vez lo que nos saca de quicio es que Alicia Huberman es un personaje desamparado que busca la felicidad y el cariño de manera desesperada. Devlin tiene demasiados prejuicios como para colmarla. No sólo ha renunciado a hacerlo, sino que le lanza en brazos de un hombre que estuvo enamorada de ella, aunque no le correspondió.
Alicia contacta con Alex Sebastian y acepta cenar con él. Tras aclararle que Devlin la sigue desde que se conocieron en el avión, le lanza sus redes pero sin alardes, lo justo para conseguir que le invite a su casa. La mansión ya tiene una dueña, madame Anna Sebastian (la impresionante Leopoldine Konstantin), que posee una sonrisa y una mente tenebrosas.
- No testificó en el juicio de su padre. Pensamos que no era muy normal.
- Él no quiso. No dejó que sus abogados me llamaran a declarar.
- Me pregunto por qué lo haría.
La madre desconfía de Alicia y no quiere que Alex le dé muchas explicaciones delante de los invitados. Sin embargo, puede observar una escena extraña: un tal Emil Hupke se pone muy nervioso al ver una botella en el salón. Aunque luego pide perdón por su misteriosa reacción, los demás deciden eliminarlo, tarea de la que se encarga Eric Mathis (Ivan Triesault). Hitchcock ya ha introducido su particular macguffin, una botella contiene un misterio que afecta a toda esa red de espías nazis.
Alicia deberá comportarse como una excelente actriz ante Alex: por un lado tiene que enamorarle, lo que no le resultaría difícil antes, pero sí ahora que ama a otro hombre; además, ha de aparentar que ella también siente una atracción hacia él y que Devlin no significa nada, pese a que en el hipódromo han vuelto a estar juntos y Alex Sebastian ha intuido al verlos que hay algo más que simple amistad entre ellos. Quiere estar plenamente convencido de ella. Por eso le pide en matrimonio.
La proposición sorprende a Alicia, a Devlin y a los jefes del FBI, quienes creen que la capacidad seductora de la joven ha sido la clave del éxito. Cuando le preguntan a la señorita Huberman si llegaría tan lejos por la misión, ella mira constantemente a Devlin, que está vuelto de espaldas sin querer saber nada. Como siempre, él está esperando que ella decida. Alicia habla con Prescott y con los demás, pero su mirada está fija en la figura ausente de su amante por si encuentra algún signo que le impida casarse con Alex. Pero sólo halla sarcasmo.
Tras la luna de miel, Alicia asume el mando de la casa sin tener que enfrentarse a la madre, obligada por su hijo a mantenerse en un segundo plano. Dispone de todas las llaves de la mansión excepto una, la de la bodega. Cuando vuelve a encontrarse con Devlin, éste tiene claro que el misterioso asunto de la botella sólo se podrá resolver si ella se apodera de la llave. Por primera vez en mucho tiempo demuestra comprensión y simpatía hacia ella.
- Lo estás haciendo muy bien.
- No es divertido, Dev.
- Un poco tarde para eso, ¿no?

Devlin y Alicia, en su habitual punto de encuentro.

La tensión se dispara. Hasta entonces sólo ha tenido que desplegar sus armas femeninas, pero ahora deberá jugar a espías sin serlo. La escena en que le quita a Alex la llave de la bodega es magistral, con primeros planos que aceleran el corazón. Alex le coge sus manos con cariño, abre su puño derecho y lo besa; va a coger el izquierdo, donde está su llave, y ella se lanza a abrazarle. Es un aperitivo de la soberbia secuencia de la fiesta, que nos tiene en vilo desde el instante en que Alicia le entrega la llave a Devlin, que ha sido convenientemente invitado. El suspense se recrea en las botellas de champán que se van abriendo para los invitados: a la velocidad en que los camareros las descorchan es posible que el anfitrión tenga que bajar a la bodega a por más... y no tiene la llave.
Mientras Devlin aparenta, como siempre, una pasmosa serenidad, el espectador se pone en la piel de Alicia, que está sufriendo una angustia interminable conforme observa cómo se agotan poco a poco las reservas de champán. En un gesto casi inútil, ella rechaza siempre las copas que le ofrecen; al mismo tiempo, procura mantener una sonrisa forzada porque es consciente de que su marido vigila todos sus movimientos.
La tensión se eleva cuando Devlin y Alicia bajan a la bodega para investigar. Él tira al suelo sin querer una botella pero lo que se derrama no es líquido, sino una sustancia arenosa que podría ser uranio. No hay apenas tiempo para nada: Alex está llegando a la bodega con su criado para coger más champán y la única manera de que no sospeche que han estado fisgando es representar una escena amorosa. Para la nueva señora Sebastian no es, sin embargo, ninguna representación: estaba deseando volver a besar a Devlin, aunque a Alex le cuenta que no ha podido evitarlo, que el invitado estaba borracho e iba a montar un escándalo. Él sólo tiene que aparentar sentirse despechado ante el marido: "La conocí y la quise antes que usted, pero no he tenido tanta suerte", le explicará.
La escena teatral no ha servido para nada porque Alex se percata de que le falta la llave de la bodega. Al acostarse deja el manojo de llaves en su escritorio; a la mañana siguiente aparece la que buscaba. Enseguida se da cuenta de todo. "Me he casado con una espía americana", le revela a su madre. Anna Sebastian sabe tan bien como su hijo que sus camaradas le matarán si se enteran, pero decide un plan: "Tiene que irse... pero lentamente. Podría caer enferma".

Alicia agoniza en la cama, envenenada poco a poco. 

El veneno que le suministran en el café le va debilitando poco a poco. Su aspecto cuando se reencuentra con Devlin en su banco de cita habitual es el de una mujer agotada y enferma, pero ella se lo oculta porque él no le ha revelado lo que ya sabe, su intención de marcharse de Brasil e irse a España. Se siente herida de nuevo y lo último que desea es darle lástima.
- ¿Enferma?
- No, resaca.
- Vaya novedad, has vuelto a la botella.
- Me aligera las tareas.
Alicia rompe la relación con Devlin de una manera simbólica: le devuelve el pañuelo que él le anudó en su cintura cuando se conocieron; lo ha guardado desde entonces como si fuera su anillo de compromiso. La forma en que habla y mira a Devlin, con una profundidad y una sinceridad espléndidas, dice mucho de Ingrid Bergman en esa excelente escena, una de las mejores de la película.
Pero, sin duda, el momento más impresionante de la actriz es cuando descubre por sorpresa que no está enferma, sino que la están envenenando. El doctor Anderson (Reinhold Schünzel), otro de los agentes nazis, acude a visitarla y le anima a curarse en las montañas Aymores. Alex corta la conversación de golpe para que el médico no revele nada del proyecto que llevan a cabo; cuando el doctor se dispone a coger la taza de café de Alicia por equivocación, madre e hijo reaccionan alarmados. Ella mira la taza y se da cuenta de lo que está ocurriendo; se levanta, trata de ahogar el horror que le produce su terrible descubrimiento; se marcha hacia la habitación y cae desmayada antes de llegar a las escaleras. Cuando recobra el conocimiento grita de impotencia porque sabe que va a morir. Sinceramente, creo que es una de las escenas mejor elaboradas por Hitchcock y un prodigio de actuación por parte de Ingrid Bergman.
Alex Sebastian y su madre la recluyen en una habitación a la espera de su lenta muerte. Se encuentra tan débil que no puede escapar. Devlin ha estado un día entero esperándola e intuye que algo grave está pasando, por lo que decide ir a la casa. Por primera vez actúa según lo que le dicta el corazón. Cuando la encuentra y descubre cómo está, por primera vez le confiesa su amor. Alicia está absolutamente feliz pese a su delicado estado de salud.
 
- Dilo otra vez. Me mantiene despierta.
- Te quiero.

Devlin, Alicia, Anna Sebastian y su hijo Alex, en la soberbia escena final.

La escena final de "Encadenados" es una obra maestra por sí sola. Devlin maneja la situación con una soltura envidiable mientras desciende las escaleras lentamente con ella a su lado. Alex, que inspira más compasión que odio -al margen de esas maquinaciones nazis que jamás llegamos a saber en qué consisten exactamente- es la víctima ahora. Cuando Devlin le cierra las puertas del coche sabemos que está sentenciado por sus camaradas. Dentro, Alicia sonríe feliz. Ha tenido que casarse con un tipo al que no quería y estar al borde de la muerte para que el hombre al que ama le abra por fin su corazón. Nosotros sólo podemos decir: Ya era hora, Devlin.



2 comentarios:

  1. Llevaba tiempo sin pasar por aquí, compa Kaplan (feliz año, por cierto...), y me encuentro con este auténtico "regalo" atrasado de Reyes: una excelente recensión de la que, sin duda, es una de las mejores pelis del mago Hitchcock, y una muestra de química arrasadora entre dos de los intérpretes más magnéticos de toda la historia del cine. Una auténtica maravilla, vaya. Recuerdo que la ví, por primera vez, en un camping en el Cabo de Gata, en el verano del 89, y me dejó alucinado; después, la he visto montones de veces, pero no por conocer en detalle su trama, la disfruto menos. Admirable, de todas, todas...

    Un abrazo y buena semana.

    ResponderEliminar
  2. ¡Feliz año, compa Manuel, te echaba de menos! También yo he dejado de rastrear por los sitios que me gustan, a ver si empiezo a tener más tiempo. Como bien dices esta película es un regalo de Reyes, aunque para mí la mayoría de las pelis de Hitchcock lo son. 39 escalones, Encadenados y Con la muerte en los talones, sobre todo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar