sábado, 22 de enero de 2011

Thomas E. Lawrence

(Peter O'Toole, "Lawrence de Arabia")

Lawrence de Arabia, reencarnado en Peter O'Toole.

Hay intérpretes que hacen historia en el cine durante años y sólo nos damos cuenta de ello cuando un día nos detenemos a repasar su filmografía. Hasta ese momento pensábamos que formaban parte de una moda pasajera y por eso seguíamos su trayectoria con escepticismo y máxima exigencia. Sólo cuando pasa el tiempo apreciamos verdaderamente lo que nos han ido dejando. Pienso en toda la carrera de Tony Curtis, en la primera década de Leonardo DiCaprio y de Tom Hanks o incluso en los primeros años de Sean Connery, por ejemplo.
Pero para mí el paradigma de esta teoría es Peter O'Toole, un verdadero genio de la actuación, un tipo con enorme talento para meterse en la piel de reyes, aventureros o seductores. Un excepcional intérprete a quien merece la pena redescubrir, porque durante su prodigiosa década, la de los años 60, se le juzgó como si fuera un fenómeno fugaz.
Sólo había rodado tres películas, dos de ellas en Inglaterra, cuando le tocó el premio gordo de la interpretación: Thomas E. Lawrence, “Lawrence de Arabia”. Para que nos hagamos una idea de lo que significó aquello: es como si un futbolista que debuta en Primera División con un equipo modesto acaba la temporada disputando la final del Mundial.
Siempre me ha parecido injusto que la mayoría de las reseñas sobre este actor se centren en el papel de Lawrence y, en menor medida, en el del rey Enrique II, monarca a quien encarnó en dos ocasiones: "Becket" y "El león en invierno". Se dice bien poco de "Lord Jim", "Adiós, Mr. Chips", "La noche de los generales", "Mi año favorito", "¿Qué tal, Pussycat?" y casi nada de esa pequeña joya de William Wyler llamada "Cómo robar un millón y...", en la que este actor irlandés nos fascina tanto como Audrey Hepburn.
No obstante, Lawrence es un personaje tan complejo, deslumbrante y grandioso que es imposible poner a su altura a otro cualquiera de su actor. Peter O’Toole lo creó, además, de manera sublime, con un aura casi divina que se eleva hasta el sol del desierto y desciende al infierno de la locura. Le salió con un sentido colosal de la vida que le aleja del resto de los mortales. Sólo el monumental paisaje, un protagonista poético en la película, es tan inmenso como él.
"Lawrence of Arabia" (1962, David Lean) es una obra maestra irrepetible, imposible de asumir hoy en día por una industria que valora aspectos más convencionales del arte cinematográfico. Fue posible por las circunstancias de la época, por ese afán de ofrecer espectáculo grandilocuente, ya fuera de calidad o mediocre, aprovechando las sucesivas novedades tecnológicas de exhibición (Cinemascope, Vistavision, Todd-AO, Panavision, Techniscope...). Fue posible gracias al entusiasmo de su director y de su productor, Sam Spiegel, que repetían juntos tras la experiencia de "El puente sobre el río Kwai" (1957). El resultado es una bellísima película en la que el sol abrasador, un místico aventurero y fascinantes personajes de las tribus árabes nos encandilan durante casi cuatro horas.
La película arranca en 1935. Thomas Edward Lawrence ha fallecido en un accidente de moto en Inglaterra y a su funeral acuden muchas personalidades. Lo describen como un poeta, un sabio, un buen soldado... y "el mayor exhibicionista que he conocido en mi vida", como le califica el corresponsal de prensa Jackson Bentley (Arthur Kennedy).
Y realmente lo es. Cuando la acción retrocede diecinueve años, Lawrence es un teniente del ejército inglés que trabaja en El Cairo en un puesto rutinario y poco atractivo. Ante sus compañeros es presumido, narcisista y soñador. Se sabe un ser singular. Mister Dryden (Claude Rains), un político del departamento de Asuntos Árabes, lo rescata de esa anodina labor para enviarlo al desierto a tratar con el príncipe Feisal y pulsar si los beduinos son capaces de aliarse con los británicos contra los turcos. Sorprende con su aire de visionario ingenuo y torpe, como si no perteneciera a ese mundo tan disciplinado, tan marcial, tan inglés. "Es usted un payaso, Lawrence", le amonesta un superior al tropezar con una mesa de billar. "No todos podemos ser domadores de leones, señor", le contesta con soltura.
El joven oficial está a punto de entrar en maravillosas y a la vez siniestras regiones de Arabia y de su propio interior, regiones de su mente y de su alma que jamás creyó que pudieran existir. Cuando enciende una cerilla y observa con devoción cómo arde, una fantástica elipsis (casi tan celebrada como la del hueso y la nave espacial de "2001, una odisea del espacio") nos traslada al desierto rojizo. Lawrence emprende el camino con ilusión y entusiasmo por aprender las costumbres árabes, sus diferentes tribus y todo lo relacionado con ellos. Ha decidido que si tiene que convivir con su gente tendrá que adaptarse enseguida.
Por eso emula a Tafas, su guía, que todavía no bebe agua, y cierra la cantimplora pese al tremendo calor que sufren. Éste morirá a manos de Sherif Ali (un soberbio Omar Sharif), jefe del clan Harith, por robar agua de su pozo, aunque respetará la vida de un indignado y valiente Lawrence, quien representa la civilización occidental que tanto admira. El sentimiento no es, sin embargo, recíproco: "Mientras los árabes luchen tribu contra tribu seguirán siendo un pueblo insignificante, idiota y bárbaro, voraz, asesino y cruel. ¡Como tú!", le grita el inglés en ese primer encuentro.

Sherif Ali defiende su pozo a muerte.

Visualmente, la escena de la llegada de Ali a lomos de su camello es fascinante. A lo lejos observamos un punto negro, inquietante, que se acerca lentamente como si fuera la muerte; David Lean no tiene prisa por que llegue y nosotros tampoco, ya que el silencio y la actitud de los protagonistas nos cautivan. Y cuando Tafas trata de coger su pistola suena un disparo lejano y certero que acaba con su vida. Ali simpatiza enseguida con ese joven rubio desafiante, digno pero asustado, pese a que éste le odia por haber matado a su guía.
- ¿Cómo te llamas, inglés?
- Mi nombre es para mis amigos.
Lawrence contacta con el coronel Brighton (Anthony Quayle) en Wadi Safra, donde las tropas del príncipe Faisal (Alec Guinness) sufren ante el acoso aéreo de los turcos. Faisal lamenta que los británicos estén más interesados en el canal de Suez que en ayudarles a ellos contra los obuses y las modernas armas turcas. El recién llegado sorprende al príncipe porque muestra simpatía y respeto hacia la cultura árabe e incluso es capaz de recitar pasajes del Corán. Intuye, además, que ese hombre de aspecto frágil y distraido será capaz de obrar el milagro.
El inglés se pasa la noche pensando en una solución milagrosa contra ese poderío turco; vaga por el desierto en solitario y observa el cielo y las dunas como si pudiera inspirarse en el paisaje. La música nos revela que ha dado con la solución: ir hasta Aqaba, donde los turcos tienen allí una plaza militar importante con cañones apuntando hacia el mar. Su idea es cruzar el desierto del Nefut ("el peor lugar creado por Dios") por detrás y sorprenderles. Para Sherif Ali es una locura, pero decide sumarse a la aventura con la bendición del príncipe.
Cruzar el desierto es una tortura que durará varias semanas y que pondrá a prueba su apasionada adaptación a la forma de vida bedu.
Pero Lawrence no ha viajado a esas remotas regiones para ser un árabe más; desafía a todos los guerreros, en especial a Ali, cuando decide retroceder para ir en busca de un beduino, Gasim, que se ha quedado fatalmente rezagado. Se está burlando del destino, lo que para ellos es una blasfemia, pero nada le detiene en su empeño, pese a que le insisten en que la muerte de ese hombre está escrita. "Nada está escrito", les reprocha a Ali.
De nuevo el desierto, cuyo horizonte desenfocado por el calor y la lejanía lo convierten en inalcanzable, es el protagonista de la acción. Gasim, sufriendo una agonía, Lawrence, a lomos de su camello, y su sirviente Farraj, que le espera con ansiedad en un punto más seguro, son almas insignificantes en ese mar de arena. De manera acertada, Lean oculta la escena en que le rescata, porque es mucho más emocionante el punto de vista de Farraj, que comienza a vislumbrar a lo lejos un punto diminuto que se agranda con el paso de los minutos. Su grito de alegría descarga la tensión de la espléndida escena.

Lawrence le muestra el camino a Sherif Ali.

Tras conseguir salvarlo, "El Aurens", como le llaman los beduinos, regresa como un héroe; se ha ganado el respeto de todos, incluso de un sonriente y admirado Sherif Ali, quien pronuncia la frase más ajustada a la personalidad de ese resuelto y audaz inglés:

"Para ciertos hombres nada hay escrito si ellos no lo escriben"

En esos momentos, el personaje está más cerca de sentirse un dios que un héroe. Lawrence ha obrado el milagro que le pedía Feisal; ha conducido a un pequeño ejército por un desierto mortal; ha desafiado a la providencia y "ha resucitado" a un hombre que para todos estaba muerto. Cuando regresa al campamento, su estampa recuerda a la de Jesucristo entrando en Jerusalén entre palmas. En posteriores momentos, su figura evocará diversas fases de la divinidad y él mismo establecerá significativas comparaciones: "Moisés lo hizo", responderá cuando le pregunten cómo será capaz de cruzar el desierto del Sinaí sólo con sus dos jóvenes sirvientes.
Ali le regala a Lawrence la elegante indumentaria de un sherif, todo un signo de hermandad y amistad. Cuando se aleja para lucir la túnica a su manera (juega a anticiparse a su propia sombra) se topa con Auda Abu Tayi (Anthony Quinn), un jefe Howeitat, arrogante, valiente y engreído, que se encara con los cincuenta hombres de Ali sólo con la ayuda de su hijo. Además de su encanto personal, Lawrence es un maestro de la diplomacia y conseguirá que los Harith y los Howeitat se unan en la aventura. "Quien recibe dinero es un siervo", le reprocha a Auda, que también se siente fascinado por ese inglés con alma árabe.
Todos se marchan a Aqaba, pero un incidente pone en peligro la unidad. Un miembro de la tribu de Abu Tayi ha muerto a manos de otro de la tribu rival.  Lawrence, al ser neutral, decide cumplir la ley, es decir, matarlo él mismo, para evitar ofensas: descubre que el hombre a quien tiene que ejecutar es Gasim, el hombre a quien salvó en el desierto. "Estaba escrito entonces, debió dejarle allí", sentencia Abu Tayi, cerrando así la paradoja del destino que había burlado. Es cuando Lawrence descubre algo aterrador en su interior, el placer de quitarle la vida a una persona, algo que también le acerca a la divinidad de una manera siniestra.
Tras conquistar Aqaba, decide marchar a El Cairo por el Sinaí para avisar a los generales británicos, mientras ordena a Ali que vaya a avisar al príncipe para que mande barcos a Aqaba. Su amigo cree que una vez en El Cairo se quitará sus ropajes y hablará sobre la barbarie de los árabes. "Eres un ignorante", le replica.
Lawrence se marcha con sus dos criados, Farraj y Daud, a quienes promete que dormirán por primera vez en sábanas limpias en un hotel de la capital. Pero en el penoso viaje, Daud desaparece en unas arenas movedizas. Su muerte deja un poso de tristeza infinita en el alma de El Aurens, que no ha podido salvarle.

El general Allenby atiende a Lawrence ante Dryden y Brighton.

Cansados, con semblante funesto, sucios y llenos de polvo, se acercan al cuartel general, donde tratan de impedirles la entrada por sus vestimentas. Lawrence es capaz de enfrentarse a cualquiera, superior o no, que prohíba a Farraj entrar en el bar de oficiales para beber un buen vaso de limonada, como le había prometido. Pero la desconfianza de los militares dará paso a la admiración cuando les cuente que las tribus árabes han tomado la crucial plaza de Aqaba y que han hecho prisioneros a muchos turcos. El Aurens se emociona por primera vez cuando sus compañeros le aclaman por la hazaña. Al nuevo general, Edmund Allenby (Jack Hawkins), le confiesa qué es lo que le atormenta hasta el punto de no desear volver al territorio árabe: tuvo que ejecutar a un hombre.

- Hubo algo que no me gustó nada. 
- Naturalmente, es lógico. 
- No, hay más todavía. 
- ¿Qué es?
- Disfruté haciéndolo. 

Lawrence asciende a comandante y regresa con las tribus beduinas para liderarlas en la Revuelta Árabe contra los turcos. Su motivación es la independencia del territorio y para ello pide armamento, dinero y todo aquello que haga posible esa aspiración. La motivación del gobierno británico en plena Primera Guerra Mundial es bien diferente: primero, debilitar a los turcos, aliados de los alemanes; y segundo, asentarse en el rico territorio del Imperio Otomano, muy apetitoso para cualquier nación europea. La figura ya mítica de Lawrence servirá como ejemplo para alentar a países como Estados Unidos a entrar en guerra. Quizá por esta razón llega el periodista norteamericano Jackson Bentley, decidido a entrevistar a Lawrence. Cuando habla con el príncipe Faisal le deja claras sus intenciones.
-Busco un héroe.
- ¿Busca a alguien que atraiga a su país a la guerra?
- Así es, señor.
- Lawrence es su hombre.
El periodista comprueba directamente el poderoso liderazgo de su héroe cuando las tropas beduinas asaltan un tren de mercancías turco: El Aurens camina por encima de los vagones como si un espíritu le poseyera. Aspira a ser un ángel inmortal y hace la prueba cuando se enfrenta, inmóvil, sereno y desafiante, a un soldado turco que le apunta con su fusil. Cuando éste le dispara, Lawrence no mueve ni un músculo porque realmente se cree inmortal.
Se sabe, no se cree, el salvador de los árabes, el creador sobrenatural de una nación que se dibuja en el aire, el ángel exterminador de los turcos y un ser omnipotente. Su universo es el desierto y le atrae, como revela a Bentley, porque "está limpio".
Lawrence comienza a sufrir su particular descenso a los infiernos cuando se desplaza con unos pocos hombres a Deraa. En una acción de sabotaje tiene que ejecutar a su fiel amigo Farraj, herido por un detonador, para que los turcos no le torturen. Ya no es omnipotente. Y cuando entre en la ciudad turca, con la única compañía de su solidario Sherif Ali, descubrirá que está muy lejos de cualquier condición extrahumana.
En Deraa es apresado y conducido ante un bey (José Ferrer) que, al contemplar su figura, su cabello rubio y sus ojos azules, le acaricia de forma lasciva. El Aurens grita aterrorizado y le golpea: quizá porque acaba de descubrir que no es tan extraordinario ni divino como para eludir los instintos humanos; tal vez porque es homosexual y no desea satisfacer así su apetito reprimido (estamos en 1916, no hay que olvidarlo) o porque es un heterosexual convencido.
La escena es significativa porque le azotan de inmediato; y precisamente sobre el Thomas Edward Lawrence real existe una eterna polémica sobre su condición sexual: masoquista y/o homosexual. El origen de este debate es una carta amorosa dirigida a S.A. ¿S.A. era Selim Ahmed, uno de sus sirvientes? ¿Se trataba de una mujer? ¿Era realmente masoquista? ¿Por qué se le ha dado tanta importancia a su sexualidad? David Lean no quiso profundizar en ese debate más allá de ese episodio, pero lo tuvo en cuenta sin necesidad de que resultara un factor clave en la película.
Sherif Ali le cuida durante días en una cueva, pero Lawrence ha llegado al límite de sus fuerzas. Física y mentalmente está exhausto y por eso vuelve a El Cairo, donde recupera su uniforme y su vida militar. Trata de adaptarse a la rutina del cuartel, pero no va con él. Allí se entera del tratado anglo-francés para repartirse el territorio turco, incluido Arabia, tras la guerra. "Puede haber honor entre ladrones, pero nunca lo habrá entre políticos", le reprocha a Dryden, el oscuro representante del Gobierno británico.

Espléndida estampa del héroe.

Nadie es consciente de su tormento interior. El general Allenby le insiste para que dirija una ofensiva contra Damasco y le adula con elogios sobre su personalidad. "Sé que no soy un hombre corriente. ¡Está bien, soy extraordinario! ¿Y qué más?", responde ante la presión del general. Lawrence le promete que tomará Damasco con los mejores guerreros, a quienes no hace falta contratar por un elevado precio. "Los mejores no vendrán por dinero, vendrán por mí".
Lawrence reúne a las tribus para formar un gran ejército e incluye a asesinos que forman su guardia personal; esto indigna especialmente a Ali, porque muchos no saben ni lo que significa la Revuelta Árabe. Su aspecto y su carácter ya no tienen nada que ver con aquel joven ilusionado, osado y vitalista de meses atrás. Ahora su tez es siniestramente oscura y nunca sonríe. Durante su avance hacia Damasco ven cómo un poblado árabe ha quedado destrozado al paso de una columna de turcos que se retiran con sus heridos. Su instinto criminal se desata con una pasión desmedida al ordenar aniquilar a la columna entera. Sherif Ali se queda horrorizado cuando observa el rostro desencajado de Lawrence mientras se recrea en la barbarie como si estuviera en éxtasis.
Su locura ha causado una matanza en Tafas y sólo su amigo Ali sabe que él ha sido el artífice. Pero poco importan los demonios interiores de El Aurens, porque consiguen tomar Damasco y organizan el Consejo Nacional Árabe. Las disputas internas, la ambición política y los graves problemas sanitarios, de suministro de agua y de luz, entre otros, ya no son asunto suyo: Lawrence está absolutamente destrozado, el esfuerzo por crear una nación árabe le ha dejado una profunda herida en su alma y ya no está en condiciones de seguir allí. Cuando acude a un hospital donde se encuentran hacinados cientos de heridos en lamentables condiciones, sin cuidados médicos ni agua, un oficial británico le golpea y le insulta: "¡Cochino árabe!", mientras él se ríe histérico.
"Mi deuda contigo no tiene precio", le dirá el príncipe Faisal al despedirse de él. Lawrence regresa a Inglaterra como coronel, triste, abatido y envejecido. La deuda que el Cine tiene con David Lean, Peter O'Toole, Omar Sharif, Anthony Quinn y con esta obra maestra tiene el mismo valor.

La película
- El origen literario de la película es la obra autobiográfica "Los siete pilares de la sabiduría", de T.E. Lawrence, que los guionistas Robert Bolt y Michael Wilson se encargaron de adaptar para la pantalla.
El verdadero T.E. Lawrence.
- Pese a tratarse de una superproducción con grandes estrellas del cine, un amplio elenco de intérpretes y centenares de extras (entre ellos los propios soldados del ejército árabe), ninguna mujer aparece en la pantalla.
- La revista Premiére Magazine publicó en 2006 la lista de las 100 mejores actuaciones en la historia del cine: la de Peter O'Toole, como Lawrence, fue elegida en primer lugar, por delante de Marlon Brando (Terry Malloy, "La ley del silencio"), Meryl Streep (Sophie Zawistowska, "La decisión de Sophie"), Al Pacino (Sonny Wortzik, "Tarde de perros") y Bette Davis (Margo Channing, "Eva al desnudo").
- Steven Spielberg y Martin Scorsese, entre otros, fueron artífices de la versión restaurada en 1989, que recuperó metraje descartado en su día hasta los 216 minutos actuales.
- Marlon Brando y Albert Finney fueron las dos primeras opciones para el papel de Lawrence, para el que también se tuvo en cuenta a Montgomery Clift, entre otros. En una obra teatral anterior a la película fue Alec Guinness, en la película el príncipe Faisal, quien hizo de Thomas E. Lawrence. David Lean se fijó en O'Toole cuando lo vio en la película "El robo al banco de Inglaterra" (1960).
- La película conquistó 7 Oscar en la gala de la Academia de Hollywood, entre ellos a la mejor película, mejor director, mejor banda sonora (Maurice Jarre) y mejor fotografía (por el impresionante trabajo de Freddie Young). Gregory Peck, por su papel de Atticus Finch en "Matar a un ruiseñor", ganó el premio de mejor actor al que optaba Peter O'Toole.
- Horst Buchholz y Alain Delon fueron tanteados para el papel de Sherif Ali, que interpretó magistralmente Omar Sharif, que en principio había sido seleccionado para un papel menor. Peter O'Toole se negó a acudir a la presentación oficial de la película en Hollywood si no se invitaba al actor egipcio.
- El episodio de la tortura y la violación de Lawrence no aparece en "Los siete pilares de la sabiduría", pero sí en otro relato más selecto y restringido del propio autor.
- David Lean sólo se perdió un día de trabajo, por enfermedad, desde que comenzó a trabajar en la película.



3 comentarios:

  1. wowo que gran argumento escribiste sobre esta pelicula, es lo mejor que he leido sobre Peter O'toole o sobre Lawrence de Arabia, mis repetos, gracias por compartirnos esto

    David bios_garos@hotmail.com

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  2. Gracias, amigo, me alegro de que te haya gustado. Un saludo.

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  3. Felicidades por el texto. La frase "los mejores no vendrán por dinero" es una de mis favoritas de la historia del cine y se ha convertido en una especie de lema/consigna en mi vida.

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