jueves, 21 de junio de 2012

Sargento Nicola Lorusso

Diego Abatantuono ("Mediterráneo")


“Hay que saber esperar. Sentir el aroma y esperar,
 ese es el placer. ¿Entiendes?”


Junio de 1941. Un grupo de soldados italianos, al mando del teniente Raffaele Montini (Claudio Bigagli), desembarca en la isla griega de Megisti (Castelrosso), la más pequeña del mar Egeo, para ocuparla en misión de observación. Excepto el sargento Nicola Lorusso (Diego Abatantuono), que se empeña en mantener cierta disciplina militar, nadie se toma demasiado en serio el asunto, sobre todo al comprobar que no parece haber ni un alma en la isla. Cuando sus habitantes dan señales de vida, la situación se relajará de tal manera que los soldados vivirán unas vacaciones de más de tres años. Italia les ha olvidado por completo.
“Mediterráneo” fue una de las sorpresas más agradables que destapó la notable cosecha cinematográfica de 1991. La película de Gabriele Salvatores irrumpió con toda su frescura y su delicioso mensaje vitalista en medio de un clima político y social muy convulso por las guerras que se libraban, o estaban a punto, en Afganistán, el Golfo Pérsico y la antigua Yugoslavia. Además de esta lógica lectura, la película formó parte de la llamada "trilogía de la fuga" del director, junto con "Marrakech Express" (1989) y "Turné" (1990): tres obras que son cantos a la amistad y al deseo de escapar de una realidad adversa, con el propósito de encontrar la felicidad.
Básicamente, de eso va "Mediterráneo", una comedia coral, repleta de personajes inolvidables, que transcurre casi por completo en la isla griega. Los protagonistas son abandonados a su suerte por el ejército italiano, aliado de Hitler al principio. Hundido el barco que les había transportado y sin radio para comunicarse con el exterior, se verán aislados y desorientados en un territorio bellísimo pero desconocido. No saben a qué atenerse.

El sargento y el teniente, al llegar a la isla.

El teniente Montini es uno de los primeros en adaptarse al lugar y a las circunstancias, como si la guerra hubiera acabado para él nada más llegar a territorio griego; siempre a su lado está su ayudante, el idealista Antonio Farina (Giuseppe Cederna); el grupo lo completan Eliseo (Gigio Alberti), que destroza la radio cuando sus compañeros matan por error a su burra Silvana; los hermanos Líbero y Felice Munaron, dos montañeses que se sienten más cómodos lejos del mar; Luciano Colasanti (Ugo Conti), el telegrafista, que vive a la sombra del sargento Lorusso, y Corrado Noventa (Claudio Bisio), siempre dispuesto a fugarse para ver a su mujer y conocer a su hijo. "Todo teníamos más o menos la misma edad en que no se sabe si formar una familia o perderse por el mundo", explica el narrador, el teniente Montini.
De todos ellos, sobresale la figura de Nicola Lorusso, un sargento de oficio, curtido en muchas batallas. Participó en la Guerra Civil española y completó toda la campaña en África. Sus maneras son rudas e impulsivas. Es valiente, decidido y vehemente. Le gusta gritar y gesticular, aunque no parece un militar autoritario, sino en cierto sentido comprometido con sus hombres. Nada más llegar al pueblo, es el primero en arriesgarse y forzar una puerta, mientras los demás se resguardan y cubren su espalda. Sin duda, es de los que piensan que un sargento debe dar ejemplo a la tropa.
Tantos años en la guerra le han proporcionado un lenguaje que aplica a cualquier conversación, lo que resulta cómico a menudo. Cuando se produce un pequeño tiroteo por culpa de una gallina que asusta a Farina, trata de explicar la situación como mejor sabe:
- “Mi teniente, yo lo he visto todo. Farina ha sido agredido por un pollo y se ha resistido. Justamente, según mi opinión. Entonces, la tropa, nerviosa… porque aquí el factor sorpresa ha jugado un papel muy… o sea, hemos sido atacados por los pollos griegos”.
Nicola Lorusso debió aprender de muchos mandos a lo largo de su carrera. Es temperamental, impaciente y malhablado, seguramente porque así fueron con él otros sargentos. Su particular manual le dicta que debe levantar la moral de los soldados siempre que sea preciso, hacerse respetar y, a la vez, conseguir que la tropa le considere alguien muy cercano. Para ello, tiene que bromear, insultar y preocuparse por los problemas de los demás.

- Farina: ¿Por qué grita siempre, sargento? Más valdría que echase una mano.
- Lorusso: ¡El sargento Lorusso grita cuando le sale de las pelotas! ¡Porque desde que el mundo es mundo, el sargento es una persona que grita! ¿Está claro? ¿Está claro?

Jugando al fútbol en la playa.


Pasa el tiempo y no ocurre nada. La vida transcurre de forma apacible y tediosa para quien no se deja llevar, como sí le sucede al teniente, por los encantos, la historia y las vibrantes sensaciones que transmite la isla. Lorusso sigue alerta, preocupado por el hastío y la apatía de sus hombres. Como militar, sabe que semejante situación puede conducir al fracaso, aunque ignora cómo elevar la moral del grupo: sólo se le ocurre hacerles cavar una buena trinchera o simular un ataque enemigo. Cuando la población aparece de repente -mujeres, niños y ancianos se han ocultado hasta estar bien seguros de que no  iban a actuar como los nazis-, el sargento dicta su primera amenaza: "Al primero que lo vea tocando una mujer, una gallina o un pollo le monto un consejo de guerra", les grita.
Pero ni siquiera él será capaz de cumplir sus órdenes cuando aparezca la bella Vassilissa (Vanna Barba), una prostituta que llegó con los alemanes y se quedó en la isla para ejercer su profesión. Al principio le cuesta explicar a los italianos qué es lo que quiere exactamente, hasta que encuentra la palabra.

- Vassilissa: Yo soy puta.
- Lorusso: ¿Puta en griego...?
- Colasanti: Es un putón.
- Lorusso: ¡Hombre, un poco de respeto!
- Vassilissa: ¡Eso, un putón!
- Lorusso: ¡Bravo! ¡Bravo!
- Vassilissa: ¿Interesa?
- Lorusso: Bueno, tendré que... echar un vistazo a las ordenanzas, que son muy... pero creo que... sí, puede interesar.

El sargento no sólo será el primero en acostarse con Vassilissa, sino que organizará las citas de lunes a domingo, con un día de descanso, y el orden de sus hombres para acudir a casa de la prostituta. A partir de ese instante, Lorusso se relajará como ya lo estaban, más o menos, todos sus compañeros. Por fin se ha quitado su ropa militar y va todo el día en camisa y calzones. Juegan al fútbol en la playa, ante la divertida mirada de los habitantes de la isla, y la misión de observación ha quedado olvidada. Los únicos que se lo toman un poco más en serio son los hermanos Munaron, de guardia permanente en una montaña árida frente a la isla, aunque con una agradable sorpresa, la compañía de una joven pastora con la que vivirán ambos una idílica relación.
La llegada de un mercader turco va a ser el último conato de rebeldía de Nicola Lorusso frente a la placidez que están disfrutando. Quiere requisarle la barca, salir de aquel paraíso y regresar a los frentes de guerra para sentirse útil. Pero el opio que, hábilmente, les va suministrando el turco durante toda la noche, aplacará su resistencia. No sin antes expresar a su manera (con esos circunloquios tan cómicos) que tal vez no estén haciendo lo correcto al olvidarse de la guerra:

- No estoy de acuerdo con la actitud de laxitud y relajo que se ha difundido entre vosotros; siendo un compañero no puedo, no puedo, no seguir la corriente, es decir, no puedo alinearme en contra de la mayoría, digamos. Comprendo también vuestra actitud de rebelión frente a la autoridad debida a una absoluta ocultación de la circunstancia del Estado...
- ¿Pero qué coño estás diciendo, Lorusso?, se ríe el teniente.

Sedados por el opio que les ha regalado "No sé", como llaman al turco, éste aprovecha para robarles todo, incluidas las armas. Definitivamente, la misión militar ha dejado de existir y los deseos de estar en guerra desaparecen incluso cuando el Pope (sacerdote) de la isla les ofrece el arsenal que guardan los habitantes. De repente, Lorusso se ha convertido en el más descreído de todos. Se siente traicionado por su país, y desconcertado, además, cuando un piloto que ha aterrizado por una leve avería les comunica que Italia ha cambiado de bando y lucha ahora con los aliados.

Colasanti masajea al sargento.

Mientras Colasanti le hace un masaje, él reflexiona en voz alta, delante de dos niños. Una sola vida no le basta ahora: "¿Sabes que cada vez que veo una puesta de sol se me encogen los huevos porque ha pasado otro día?". Quisiera vivir todos los días siempre en buena compañía, "y las noches me gustaría pasarlas solo, solo o con una zorra que esté buena", puntualiza.
¿Qué se puede hacer cuando tu país te abandona en una isla paradisíaca, pasan los años y no se acuerda de ti? El sargento lo tiene claro: adaptarse al lugar, vestir como los aldeanos, jugar con los ancianos, disfrutar de los placeres cotidianos, aprender a bailar el sirtaki y a beber el ouzo, el raki o su café. "Hay que saber esperar. Sentir el aroma y esperar, ese es el placer, ¿entiendes?", le cuenta al impaciente Noventa, que sigue obsesionado con escapar de la isla.
Uno de los placeres habituales para los soldados está a punto de terminarse. Farina se ha enamorado de Vassilissa y no permite que nadie se acerque a ella. Aunque Colasanti acaba herido en un brazo por el disparo de Farina, no se lo tendrán en cuenta. Y mucho menos, Lorusso, que siente cariño hacia ese joven tan tímido y sensible. Tras la boda, el novio tiene que cumplir un ritual y romper el vaso del brindis para disipar así cualquier maleficio sobre la pareja; pero el cristal rebota, da vueltas y sigue intacto en el suelo. Sonriente, Lorusso pondrá su bota sobre el vaso y lo hará pedazos. Simbólicamente, el sargento vela por su soldado incluso en esos momentos.
Pese a su aspecto rudo, varonil y castrense, su visión del mundo es muy amplia. Tras la boda de Farina con Vassilissa, echa en falta una mujer. Incluso le gustaría sentirse enamorado. Todo esto se lo cuenta a Luciano Colasanti, su inseparable compañero:

- Empiezo a sentir la necesidad de una persona, de alguien. De estar enamorado.
- Sargento, quizá esa persona podría ser yo. Sargento, me he enamorado de usted.

Lorusso no sabe qué hacer ni hacia dónde mirar. Se siente incómodo, aunque cuando pase el tiempo no le dará más importancia y tratará a Colasanti como siempre, sin escandalizarse ni reprocharle esa actitud que, inmersos en una guerra y en pleno 1944, podría acarrearle problemas.
Italia ha sido liberada y los hombres de la isla regresan. Con ellos llegan los ingleses, que rescatan al grupo para devolverlos a su país. El único que se resiste es Farina, recién casado y con planes de futuro en la isla, que se ha ocultado para quedarse. Nicola Lorusso lo encuentra y trata de convencerle sin entusiasmo. "Construiremos un país grande y bonito, te lo prometo", le explica. Pero ni él mismo se lo cree.
Han pasado más de cuarenta años. El teniente Montini, ya anciano, desembarca en la isla tras saber que su ayudante Antonio Farina se ha quedado viudo. Y se encuentra con Nicola, que llevaba un tiempo viviendo allí, decepcionado por lo que ocurrió en su país. "En realidad no se vivía tan bien en Italia; no nos dejaron cambiar nada". Y la mirada del sargento se posa sobre el mar Mediterráneo, testigo inmóvil de placeres, tragedias y sentimientos a lo largo de los siglos. Con razón, Lorusso necesitaba más de una vida para sentirse libre.

Imagen promocional de la película.


La película:

- El rodaje de la película duró nueve semanas. Como en la isla Castelrosso sólo había un hotel, la mayoría del equipo tuvo que alojarse en casas de pescadores.
- En 1992 consiguió el premio Oscar al mejor film extranjero. Además, se llevó tres premios Donatello, de Italia, entre ellos a la mejor película del año 1991.
- Diego Abatantuono es amigo íntimo de Gabriele Salvatores y su actor fetiche, ya que ha participado en casi todas sus películas desde la década de los años 80. Ugo Conti (Colasanti) y Claudio Bisio (Corrado Noventa) son otros de sus actores habituales.
- "Mediterráneo", que recoge el gusto por la comedia exquisita y simpática y por la nostalgia, como "Cinema Paradiso" (1988), consiguió despertar la casi olvidada comedia italiana, que a partir de ese año ofreció otros títulos interesantes.



domingo, 10 de junio de 2012

Tracy Lord

Katherine Hepburn ("Historias de Filadelfia")

Tracy Lord se deja querer por el encandilado Macaulay Connor. 

"Yo no quiero que me adoren, quiero que me amen"

Existen personajes que están pensados para intérpretes concretos y uno de ellos es, sin duda, el de Tracy Lord: sólo podía ser Katherine Hepburn. No es que se trate de un papel a su medida, es que ambas son la misma persona. Así lo concibió Philip Barry, amigo personal de la actriz, cuando escribió en 1938 la obra teatral del mismo título. Altiva, autoritaria, enérgica, disciplinada, deportista y de una elevada talla intelectual. Cuando la gran dama del cine protagonizó "Historias de Filadelfia" ("The Philadelplhia Story", 1940), Hollywood le acababa de colgar la maldita etiqueta de "veneno para la taquilla". Y ella empezó a redimirse a partir de esta película, como si tuviera que pedir perdón por su férrea independencia en ese mundo dominado por hombres. Básicamente es lo que le ocurre a esta mujer llamada Tracy Samantha Lord.
Conviene advertir, eso sí, que esta comedia hay que verla hoy en día sin los lógicos prejuicios de la época actual. Porque un análisis social ligeramente severo de los personajes puede ofrecer conclusiones casi esperpénticas. Por ejemplo, el más antipático es el prometido de Tracy, George Kittredge (John Howard), un hombre que procede de una clase social baja, lo que le convierte poco más o menos en un advenedizo; Margaret (Mary Nash) es la madre que acepta con bendita resignación y extraña comprensión la permanente infidelidad de su marido, Seth (John Halliday), un vivales que hoy llamaríamos "sinvergüenza" con todas las letras.
La propia Tracy oculta, bajo esa figura de diosa fría e intransigente, la apariencia de una mujer cuyos pecados son, en esencia, su enorme fortaleza y su independencia. ¿Debe cambiar y pedir perdón por ser una estatua en un pedestal o por ser una mujer que piensa por sí misma? Además, la aristocracia es aquí la clase social ideal y envidiable, pese a que presumen de ser lo que, en la actualidad, llamaríamos "parásitos". Lo dicho, "Historias de Filadelfia" es un film de 1940 y no debe sacarse de ese contexto, como ocurre con otras grandes obras maestras del cine.

El punto final a un matrimonio y el comienzo de la película.

El arranque de la película ya resulta muy significativo: C.K. Dexter Haven (Cary Grant) se marcha del hogar conyugal porque no aguanta a su intolerante esposa, Tracy. Ella le rompe los palos de golf en la puerta; él responde empujándola al suelo de un manotazo. Dos años después, la prensa se hace eco del nuevo enlace matrimonial de la joven con un millonario, el insípido George Kittredge. Es un tipo de origen humilde que desconoce muchas de las normas de la alta sociedad.
La madre es quien mejor explica el comportamiento de su hija: "Lo que pasa es que Tracy se impone normas de conducta muy severas y los demás no siempre son capaces de vivir de acuerdo a ellas". Tracy es, pues, la que manda. Era inflexible con las debilidades de su marido, sobre todo con la bebida, lo es también con su padre y, muy especialmente, con la necesidad de preservar su intimidad. Por desgracia para ella, Dexter va a colar en la boda a dos reporteros de la revista sensacionalista Spy como supuestos amigos del hermano de Tracy: Macaulay Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey).
Ambos tienen tantos prejuicios hacia Tracy como ésta hacia ellos. Macaulay, un tipo sarcástico, escéptico y, sobre todo, frustrado escritor que está descontento con su trabajo, sospecha que la joven es una estúpida snob; cuando ella se presenta ante la pareja decide no sacarles del error y exagera esa impresión con una  cursilería casi enfermiza.
- Connor: Y respecto a esa chica, Tracy Samantha Lord...
- Dexter: ¿Qué pasa con ella?
- Connor: ¿Cuáles son sus características?
- Dexter: Odia a la gente que lleva puesto el sombrero en casa.
El corazón de Tracy es, al principio, un misterio para todos, incluso para el espectador. Se muestra cariñosa con su novio, pero no hay evidencia de amor hacia él; quiere humillar al periodista porque representa, al menos a primera vista, la clase intelectual que tanto detesta; es dura y sarcástica con su anterior marido y apenas se aprecian signos de la vieja pasión que pudo haber entre ellos a lo largo de la película. "La pelirroja de siempre: ni amargura ni recriminaciones, sólo un buen izquierdazo en la mandíbula", le apostilla su ex.
Pero existe también una Tracy risueña, amistosa, familiar y sensible, que se divierte montando a caballo, trasteando con su hermana pequeña Dinah (Virginia Weidler) o leyendo en la biblioteca, con deleite, los cuentos que escribió Macaulay Connor antes de ganarse el pan con la prensa rosa. Es una mujer divertida en el fondo, aunque demasiado preocupada por la pulcritud y la disciplina como para que se le note.

Tracy, intransigente y distante con su padre. 

Los hombres la ven como una especie de diosa, aunque con diferentes intenciones. Para Kittredge, esa es precisamente su principal virtud. Lo que quiere es construirle una torre de marfil para adorarla a todas horas. "Nadie ha sido ni será tu dueño y señor", le asegura. Dexter Haven opina que sería una mujer ideal si se bajara del pedestal y cometiera errores: "Por supuesto, es tolerante con ciertos defectos... a excepción de los defectos ajenos". El padre considera que su intolerancia ha arruinado la perfecta relación que mantenían cuando era más joven: "Tienes todo lo que puede tener una mujer encantadora, menos lo esencial, un corazón comprensivo. Y sin eso daría lo mismo que fueras de bronce".
Tracy desorienta especialmente a Connor, que pasa del rechazo inicial, la sorpresa (al verla leyendo su libro de cuentos en la biblioteca) y la suspicacia (cuando ella le ofrece su casa de campo para que siga escribiendo) a una progresiva fascinación. Cuando todo el mundo parece ponerse en su contra, cuando recibe sucesivos reproches por su intransigencia y su frialdad, Macaulay (o Mike) acabará siendo su refugio.
Existe una tercera Tracy que sólo aparece en contadísimas ocasiones: cuando bebe champán. Por lo que sabemos, ocurrió una vez durante su matrimonio con Dexter: se subió desnuda al tejado y se puso con los brazos abiertos mirando la luna. Aunque es algo que ella no recuerda o no desea recordar. Y en la noche previa a su boda volverá a suceder. Apreciamos entonces una mujer mucho más divertida, a la vez sensual, despreocupada y provocativa. "De repente, lo que antes consideraba de gran importancia ya no me lo parece tanto", le confiesa a su madre.
Los momentos más fascinantes de esta mujer suceden al lado de Macaulay, ahora llamado Mike. Ambos salen de la fiesta con más champán de la cuenta; se buscan para pasarlo bien cuando los demás (un Dexter pasivo y un Kittredge soporífero) se retiran a descansar; ambos, en fin, deciden jugar al romance, abiertos a todo, cuando se ven solos en el jardín de la mansión.
La larga y apasionante secuencia nocturna siempre me ha parecido una película distinta. Es evidente que existe una química especial entre Tracy y Mike que, sin embargo, echamos de menos en su relación con C.K. Dexter Haven (genial nombre, por cierto). También es notorio que los dos están deseando que ocurra algo: Macaulay, porque se siente muy atraído por esa mujer, y Tracy, porque necesita que la quieran de verdad, no que la idolatren.

Tracy, en brazos de Macaulay, ante la mirada de Kittredge y Dexter.

Katherine Hepburn está simplemente adorable: cuando acerca su rostro al de James Stewart de forma sensual y arrebatadora; cuando le lanza miradas que apabullan al periodista; al reprocharle lo que a ella siempre le han recriminado, su intolerancia, o cuando trata de desarmarle con su ingenio dialéctico.

- Si me dan a elegir, me quedo con la clase baja, entérate.

- Y con un millón de dólares...
- ¿Qué has querido decir?
- Me equivoqué.
- No hay duda de que estás insultándome. ¡No! ¡No pidas perdón!
- ¿Perdón? No iba a hacerlo.

La escena está lleno de instantes románticos, en los que sus conciencias acaban frenando siempre el impulso y la pasión. Macaulay le dice lo que necesita escuchar: ella es un sueño hecho realidad, tiene un fuego intenso en su interior y está llena de vida y de encanto. Sin embargo, el beso apasionado al que se entregan parece disipar las dudas: "¿Esto puede ser algo parecido al amor?", le pregunta él. "¡No, no, no! No es posible, no puede ser. Sería terrible. Además, sé que no lo es".
A la mañana siguiente, Tracy aparece con una fuerte resaca ("ayer debí tomar demasiado el sol") y no se acuerda de lo ocurrido por la noche. Intuye que algo grave ha podido pasar cuando ve las caras de Dexter y Macaulay. De repente ya no es la mujer soberbia y segura de sí misma, sino una joven vacilante, indecisa y preocupada. Definitivamente humana.
Romper con George Kittredge es el primer paso hacia su redención, si es que se puede llamar así al proceso de transformación que va a sufrir: humilde, cariñosa y amable e incluso capaz de pedir perdón. Así es la nueva Tracy Lord, otra vez al lado de C.K. Dexter Haven. Es lo que todos esperaban de ella, ¿no?

... Y volvieron a ser felices.

La película
- Cuando Katherine Hepburn apareció en la famosa lista de "veneno para la taquilla" (con Fred Astaire, Joan Crawford, Marlene Dietrich, entre otros), dejó por un tiempo el cine y protagonizó en Broadway "The Philadelphia Story", escrita por Philip Barry, que era su amigo. Éste había creado una parodia de la fama que tenía la actriz de autoritaria y poco femenina. Además, se había basado en otro personaje real, muy conocido en Filadelfia, la filántropa Helen Hope Montgomery Scott
- La obra fue un gran éxito y las productoras empezaron a pujar por los derechos para el cine, sin pensar en ningún momento en la actriz para la que se había escrito la pieza teatral. La pareja de Katherine Hepburn en ese momento, el magnate Howard Hughes, fue quien le regaló a ella los derechos. 
- La actriz vendió la obra para el cine a la MGM, pero con tres condiciones: ella sería la protagonista, la adaptación correría a cargo de dos guionistas desconocidos, Donald Odgen Stewart y Waldo Salt, y podría elegir al director y a los actores principales.
- Como director escogió a su amigo George Cukor y como protagonistas, a Clark Gable y Spencer Tracy. No obstante, estos tenían otros compromisos y la MGM le sugirió entonces a Cary Grant y James Stewart.

George Cukor dirige a los actores.

- Curiosamente, James Stewart se ofreció para el papel de Macaulay Connor sin saber que ya había sido elegido.
- De la obra teatral se prescindió de un personaje, el hermano de Tracy. Joseph Cotten (Dexter) y Van Heflin (Connor) fueron sus principales protagonistas masculinos.
- El célebre manotazo que le da Cary Grant a Katherine Hepburn al comienzo de la película fue idea de George Cukor para satisfacer al público que odiaba a la actriz. Así, en el resto de la película ya no caería tan mal al haber sido "escarmentada" previamente.
- El rodaje de la película costó tan solo ocho semanas, en gran medida porque Cukor no tuvo que repetir ninguna escena.
- Donald Odgen Stewart ganó el Oscar al mejor guión, James Stewart, al de mejor actor y la película contó con cuatro nominaciones más, una de ellas para Hepburn, que pudo resurgir en el cine gracias a esta obra. Stewart, en un rasgo de honestidad, afirmó que la estatuilla la merecía mucho más Henry Fonda por su espléndido papel de Tom Joad en "Las uvas de la ira", de John Ford.
- El productor del film era Joseph L. Mankiewicz, guionista y, desde 1946, uno de los más grandes directores de Hollywood.