lunes, 30 de julio de 2012

Sir Wilfrid Roberts

Charles Laughton ("Testigo de cargo")


- Sir Wilfrid, si no le molesta me gustaría leerle un poemita que hemos compuesto para darle la bienvenida.
- Es un gesto conmovedor. Puede recitarlo después de la oficina, en su tiempo libre. ¡Ahora, al trabajo!

"Laughton podía hurgar en su talento como un niño feliz en una caja de juguetes llena a rebosar". La frase pertenece a Billy Wilder, director de la prodigiosa "Testigo de cargo" ("Witness for the prosecution", 1957), y está dedicada al hombre que protagonizó esa joya, "el mejor actor del mundo", como el propio Wilder definió a Charles Laughton. No era un elogio fácil, ya que el cineasta austriaco había podido comprobar que, en cuestión de estrellas, hay que andar con pies de plomo a la hora de conceder alabanzas: tras filmar "Perdición", proclamó que Barbara Stanwyck era la mejor actriz con la que había trabajado; pero cuando ofreció a otras estrellas papeles principales en sus películas, algunas le contestaron con cierto despecho que se los diera a su "actriz favorita".
Charles Laughton puso todo su talento, entusiasmo y derroche interpretativo para componer el personaje de Sir Wilfrid Roberts, un veterano abogado criminalista de Londres que regresa a su despacho tras haber permanecido cuatro meses en un sanatorio por un ataque cardiaco. Después de 37 años de intensa dedicación laboral, su corazón sufre los excesos del alcohol, del tabaco y de su exagerada pasión por el trabajo.
Es un hombre que se vacía en las causas que defiende. Mordaz, sarcástico, insensible en apariencia, astuto como un lince, inteligente e intuitivo y con una enorme experiencia para tratar con acusados, jueces y colegas. Le gusta hablar claro, es vehemente y no soporta la sensiblería. Cuando desprecia la lectura del poema de bienvenida que sus empleados le han escrito, una mujer no puede evitar que se le escape un amago de sollozo: le emociona saber que es el mismo cascarrabias de siempre. "Más sentimentalismos a mi alrededor y les aseguro que me vuelvo al hospital", les advierte él.
No siempre debió ser así, desde luego. Cuando entra en su despacho tras la larga ausencia, le revela a su mayordomo Carter (Ian Wolfe) cómo se sintió en su primer caso: "Tenía más miedo que el propio acusado. La primera vez que me levanté para hablar se me cayó la peluca".

- ¿Se nota mucha corriente? ¿Quiere que cierre la ventana?
- Quiero que cierre usted la boca. Habla demasiado.

Miss Plimsoll y su paciente, de vuelta a casa.

El abogado no ha vuelto solo; le acompaña una parlanchina enfermera, miss Plimsoll (Elsa Lanchester), que parece estar inmunizada contra el mal humor de su paciente y sus ácidos comentarios. Su misión es procurar que tome puntualmente sus pastillas y que descanse muchas horas; además, tendrá que estar preparada para requisarle los puros que siempre tiene escondidos, como los que guarda en el interior del bastón.
Se siente vencido, e incluso humillado por su enfermera, a quien le revela cuántas veces sintió deseos de matarla. Él mismo se hubiera defendido en el juicio: "Durante cuatro meses, este supuesto ángel de bondad ha manoseado, punzado, sondado, martilleado y torturado mi indefenso cuerpo, mientras atormentaba mi mente con palabras aptas para un niño de pecho".
El paso del tiempo parece haberle convertido en un gruñón caprichoso e infantil: cuando contempla el ascensor que le han instalado para que no tenga que subir a pie las escaleras, se queja por ser víctima de una conspiración para sentirse inválido; pero cuando lo prueba se porta como un niño, fascinado por el "juguete". "Fuera de allí -le dice a la enfermera, que se ha sentado para probarlo- el ascensor es mío porque el ataque lo tuve yo".
Podrá seguir trabajando, pero tiene prohibido aceptar casos difíciles que puedan disparar su tensión. Sin embargo, la visita del procurador Mayhew (Henry Daniell), que viene acompañado por un individuo llamado Leonard Vole (Tyrone Power), le resultará irresistible. Y no es el caso criminal lo que le llama la atención, sino los cigarros que asoman por el bolsillo de la chaqueta de Mayhew.
Leonard Vole está acusado de haber asesinado a Emily French (Norma Varden), una rica viuda que se enamoró de él. Mientras el hombre cuenta su historia, Roberts está más preocupado por ocultar las pruebas del cigarro que fuma con deleite. No le impresiona que sea asesino o inocente. Incluso bromea con ello cuando Vole le ofrece un mechero para su puro: "Joven, podrá haber matado o no a una anciana, pero a este anciano le ha salvado la vida".
Sus años de experiencia le han convertido en un abogado magistral, cargado de efectos dramáticos (la prueba del monóculo, que proyecta el sol en el rostro del acusado), enormes reflejos para intentar ponerle en apuros, un humor sarcástico fuera de lo común y una inteligencia superior para hurgar precisamente donde más duele. Durante unos minutos bombardea al hombre con preguntas incisivas y muy intencionadas a gran velocidad, mientras observa con indiferencia cualquier punto indeterminado del despacho. En esta escena, Laughton está genial: tira la ceniza por la ventana, camina con lentitud, se sienta pesadamente, coloca un dedo a lo largo de su rostro en actitud pensativa, se da la vuelta con parsimonia, extrae el monóculo y apunta el cristal a la cara del hombre. El brillante y denso interrogatorio le convence de la inocencia de Vole, pese a que un nuevo abogado, Brogan-Moore (John Williams), les anuncia que el acusado se ha convertido en el gran beneficiario del testamento de la víctima: 80.000 libras.
Roberts no quiere conocer en principio a la esposa de Leonard, Christine Vole (Marlene Dietrich), porque no está dispuesto a soportar desmayos, llantos y ataques de histerismo. Pero la impactante llegada de la mujer le dejará sin habla:

La prueba del monóculo. 

- "Nunca me desmayo porque no estoy segura de caer con elegancia y no es mi costumbre oler sales porque hinchan los ojos. Soy Christine Vole".

La esposa de Leonard desarma por completo al abogado, cuyo rostro parece, pese a su veteranía, sumamente sorprendido y escandalizado. Es posible que en toda su trayectoria jamás se haya encontrado con una testigo tan fría, calculadora, inteligente y despiadada. Las dudas que le generan el caso a Brogan-Moore provocarán que, finalmente, Sir Wilfrid Roberts asuma la defensa de Vole. En apenas unas horas ha pasado de ser un convaleciente anciano que iba a disfrutar de un relajado y progresivo retiro profesional -sólo con casos tranquilos e inofensivos- al enérgico y tenso criminalista que vuelve a ser de nuevo. 
La señorita Plimsoll no puede creerlo: su paciente, con un enorme puro en la boca, le está gritando que le dé fuego y ella obedece sin rechistar. (Una vez más, excelente la manera de interpretar de Laughton: la enfermera entra en el despacho para abroncar a su paciente; éste comienza a extraer de su bolsillo el cigarro, mientras su cabeza parece estar en otro lugar y su vista en un punto indeterminado; coloca con suavidad el puro en sus labios, se palpa el traje en busca de cerillas y, sin hacer caso de la señorita Plimsoll, le pide fuego con tranquilidad, primero, y luego con un chillido que hace temblar a la mujer).
Wilfrid El Zorro, como le llamaban en el hospital por el empeño que ponía en ocultar sus puros, demostrará desde el comienzo del juicio que el apodo es perfecto. Posee astucia y, como dice él de Leonard Vole, hasta cierto instinto criminal. Consciente de que la enfermera va a examinar el termo del café ("Si fuera usted mujer, señorita Plimsoll, la azotaría", le recrimina por su extrema vigilancia), ya ha previsto que Carter le prepare otro con coñac y que dé el cambiazo sin que se note. Nada más entrar en la sala del juicio interviene a tiempo para desbaratar por dos veces una pregunta de su colega, el fiscal Myers (Torin Thatcher).

Sir Wilfrid sonríe al acusado, Leonard Vole.

Sir Wilfrid no sólo es un hábil abogado comprometido al máximo con su defendido; es también un actor soberbio que cuida hasta el mínimo detalle la puesta en escena, el tono de voz, los gestos y el ritmo del juicio. Sabe que tendrá que utilizar toda su experiencia y todos sus recursos para convencer al jurado, porque el panorama que dibujan los testigos está claramente en su contra. Así, en el memorable interrogatorio a Janet Mackenzie (Una O'Connor), criada de la víctima, eleva y baja el volumen de su voz, de forma magistral, para que el jurado aprecie la notable sordera de la mujer: "¿No es cierto, señora Mackenzie que ha solicitado usted al seguro nacional un audífono?". Y las últimas sílabas las pronuncia volviendo la cabeza hacia otro lado y bajando de manera gradual la voz. Es una trampa muy eficaz, pese a las protestas del fiscal, porque el jurado se quedará con la duda: ¿cómo pudo reconocer esa mujer la voz del acusado en el momento del crimen?
La primera gran sorpresa y el primer giro dramático de los acontecimientos los da el testigo de cargo definitivo, Christine Vole (ahora llamada Helm), que ha decidido declarar en contra de quien se supone era su marido. Sir Wilfrid deja de jugar con las pastillas (ordenarlas una y otra vez le ayudaba a pensar), se quita el monóculo con rabia y mira a su alrededor sin entender nada. Christine ya era bastante odiosa por su cuenta, pero la mirada del abogado expresa claramente que desearía matarla. No entiende que una mujer pueda albergar tanta maldad en su interior como para destrozar la vida de su marido.
Pero, en realidad, Leonard no está casado con ella. La boda que celebraron no fue legal, y ella ya tenía esposo. Christine desmonta los argumentos de la defensa y declara que, en efecto, Vole mató a Emily French. Wilfrid Robert, sereno, relajado y con un tono de voz inquisitivo pero amigable, trata de demostrar que, si ha estado mintiendo siempre, ésta no va a ser una excepción: "La cuestión es saber si mintió entonces, si miente ahora o si es usted una mentirosa habitual ¡y crónica!", termina exclamando con un grito que le provoca un vuelco en su corazón. La tensión del momento y de su propia actuación judicial le están poniendo de nuevo al borde del colapso.

Advertencia: Si no has visto la película, mejor no sigas leyendo

La situación es tan dramática y desesperada que el abogado prefiere poner todo su empeño en llegar al corazón del jurado antes que llegar a su cerebro. Interrogar a Leonard podría aclarar algunos puntos, pero sabe que la resolución del caso a su favor depende de los sentimientos más que de la razón... salvo que ocurra un milagro.
El milagro es una extraña mujer que tiene en su poder comprometedoras cartas de amor de Christine a un tal Max. Y en una de ellas le confiesa a su amante que podría mentir para inculpar a Leonard de un crimen que no ha cometido. En lugar de desvelar enseguida esta prueba, Roberts hace llamar de nuevo a Christine y fabrica de manera magistral la trampa en la que la odiosa mujer va a caer. Christine se derrumba y lo admite todo: Leonard Vole es declarado inocente.
Demasiado milagroso. Demasiado perfecto. La intuición del abogado le dice que algo no encaja, pero no sabe bien qué. Brogan-Moore se queda extrañado al ver a su colega tan pensativo. Parece ausente y ni siquiera ha celebrado el fallo de la inocencia de Leonard Vole:

- Hace una hora tenía un pie en la horca y el otro en una piel de plátano. Debería estar usted orgulloso. ¿No lo está?
- Aún no. Hemos vencido a la horca, pero la piel de plátano sigue todavía bajo el pie de alguien.


El abogado, asombrado ante la revelación.

Sir Wilfrid se queda solo y aparece Christine, que ha logrado salvarse de la multitud que pretendía agredirla por su monstruoso comportamiento. El abogado la detesta, pero enseguida cambiará su valoración ya que asiste a la verdadera (y espectacular) revelación del caso. Ahora sabe no sólo quién está pisando la piel de plátano sino cómo le han engañado, por completo, tanto los Vole como su propia intuición. Está confuso, dolido y herido en su ego: por no haberse enterado de nada, pese a su enorme sagacidad; por haberse dejado manipular, primero por Leonard y luego por Christine; por haber malinterpretado la falsa actitud del acusado, pese a su experiencia; y por no haber sabido comprender que detrás de esa fría, odiosa y cerebral mujer se encontraba una esposa enamorada, entregada a su (falso) marido, que ha tenido que urdir un plan por su cuenta sin haberse confiado a él.
Queda el último giro dramático. Aparece Leonard, un tipo ahora soberbio, cínico y seguro de sí mismo; llega su verdadera amante y, con ella, el dramático final, la muerte de Leonard a manos de Christine con el mismo cuchillo con el que éste asesinó a Emily French. Mientras todo eso ocurre, Sir Wilfrid Roberts apenas les mira, complacido con el increíble devenir de los acontecimientos, como si supiera lo que iba a pasar. Juguetea con su monóculo y no interviene en ningún momento. Parece estar disfrutando. Sólo cuando la enfermera dice que no se puede hacer ya nada, que lo ha matado, él replica:
- ¿Matado? Lo ha ejecutado. 
La señorita Plimsoll comprende enseguida. No se van de vacaciones a las Islas Bermudas. Su paciente no va a cambiar de hábitos y ni falta que le hace. Va a encargarse de la defensa de Christine Helm y deberá ponerse a trabajar en ello enseguida. Va a necesitar toda su comprensión y su ayuda. Por eso, la última frase de la película es magistral; pone un punto final espléndido a la naturaleza de esta película:

- ¡Sir Wilfrid, que se le olvida el coñac!

La película:
- Se suele decir que "Testigo de cargo" es una película de Hitchcock dirigida por Billy Wilder, pero si echamos un vistazo a la filmografía del compatriota de Agatha Christie comprobaremos que esta afirmación no encaja en absoluto ni en su obra (al menos la cinematográfica) ni en su estilo: a Hitchcock no le gustaban los "whodunit" (¿quién lo ha hecho?, el misterioso asesino que se desvela al final) porque entendía que en el misterio no existe lo que él perseguía: el suspense.
- El relato original es una historia corta de Agatha Christie que apareció publicada por primera vez en 1925; no obstante, la novelista volvió a publicarla, con cambios sobre todo en el desenlace, en una colección llamada "The hound of death" en 1933. En Estados Unidos apareció en un tomo de relatos cortos titulado "The witness for the prosecution and other stories" (1948).
- En la novela no aparecen, entre otros, ni Sir Wilfrid Roberts (el abogado se llama Mayhern, que se transforma para el cine en Mayhew) ni miss Plimsoll.
- Billy Wilder sentía una gran admiración por Charles Laughton, a quien, como queda dicho, consideraba el mejor actor del mundo. Wilder recuerda en el libro "Nadie es perfecto", de Hellmuth Karasek, que Laughton llegaba todos los días con ideas nuevas para la escena que tenían que filmar; a menudo, volvía a darle otra vuelta e, incluso, poco antes de rodar se le ocurría una nueva sugerencia, todavía más genial que las anteriores.
- Wilder escribió el personaje de Moustache (el camarero de "Irma la dulce") para Laughton, pero el cáncer que sufría el actor le impidió rodar la película.
- El director también sentía un gran afecto hacia Marlene Dietrich (correspondido por la actriz), con quien ya había trabajado en "Berlín Occidente".
- Charles Laughton y Elsa Lanchester (miss Plimsoll) eran matrimonio en la vida real.

Elsa Lanchester y Charles Laughton, matrimonio en la vida real.

- La productora realizó una proyección privada para la Familia Real británica previa a su estreno y todos los miembros debieron firmar una condición: no revelar a nadie el desenlace de la película. Lo mismo había ocurrido durante el rodaje: todo el equipo se comprometió a no contar el final, mensaje que, por cierto, también se solicitaba a los espectadores en los títulos de crédito.
- Como el personaje principal había sufrido un ataque al corazón, Laughton y su esposa ensayaron en su casa cómo podría haber sido dicho ataque. El actor lo interpretó tan bien, al parecer, que Elsa Lanchester sufrió un verdadero ataque... pero de pánico.
- La idea del monóculo que emplea Wilfrid Roberts para intimidar procedía de un abogado real, el de Charles Laughton y Marlene Dietrich.
- William Holden fue la primera opción para el papel de Leonard Vole, pero ya estaba comprometido con "El puente sobre el río Kwai". Tyrone Power (para quien esta fue su última película completa) falleció un año después mientras filmaba en España "Salomón y la reina de Saba".
- También resultó la última película de la espléndida actriz de reparto Una O'Connor (Janet Mackenzie), imprescindible secundaria en un buen número de películas en los años 30 y 40.
- Para el personaje de Christine Vole (Romaine Vole en la novela) se pensó, además, en Rita Hayworth y Ava Gardner.
- La película obtuvo seis nominaciones para los premios Oscar (incluidos el de mejor actor para Charles Laughton y mejor actriz de reparto para Elsa Lanchester), pero no ganó ninguno. Fue el año de "El puente sobre el río Kwai". Marlene Dietrich ni siquiera fue nominada.

viernes, 20 de julio de 2012

Eliza Doolittle

Audrey Hepburn ("My fair lady")


El paso del tiempo está convirtiendo a Audrey Hepburn en un símbolo del glamour más que del cine. Su imagen se explota hasta la saturación en bolsos, carpetas, tazas, monederos y cualquier objeto de uso femenino. Los libros dedicados a la actriz inundan las librerías, pero son, sobre todo, álbumes de fotos de su exquisito vestuario, diseñado por Valentino, Givenchy o Elizabeth Arden, o de su hermosa colección de peinados. Y es una pena, porque mientras vivió fue un icono de la elegancia natural, la originalidad y la frescura juvenil: el glamour más mercantil llegó después. Sólo espero que alguna generación futura no se confunda, porque era, ante todo, una maravillosa actriz con gran talento e instinto para elegir papeles inolvidables.
Cuando encarnó a Eliza Doolittle en 1964 tenía 35 años, pero seguía siendo la adolescente que los padres desean como hija. Ya había trabajado, e incluso repetido, con directores de enorme prestigio, como Billy Wilder, William Wyler, King Vidor, Stanley Donen, John Huston o Blake Edwards. También había protagonizado dos papeles de ensueño: la princesa Anna ("Vacaciones en Roma", 1953) y Holly Golightly ("Desayuno con diamantes", 1961).
Adorada por el público, admirada por las mujeres y muy querida por los actores que pasaron a su lado (desde Gregory Peck y William Holden a Fred Astaire y Cary Grant), Audrey significaba una garantía de éxito para cualquier película. Por eso, la Warner decidió ofrecerle el papel protagonista del musical "My fair lady" en lugar de apostar por la mujer que había hecho de Eliza Doolittle en las salas de teatro de Broadway y Londres: la formidable, aunque todavía desconocida, Julie Andrews.
¿Y quién es Eliza Doolittle? Ciñéndome exclusivamente a su versión cinematográfica, se trata de una florista originaria de Lisson Grove, en Westminster (Londres), con un fuerte acento cockney; algo desarrapada y sucia tras un día de intenso trabajo, que comienza de madrugada; ordinaria, insolente a ratos y con un hablar espantoso; sensible y soñadora, aunque demasiado ocupada en sobrevivir como para pensar mucho en el futuro. Huérfana de madre, es una joven que tuvo que buscarse la vida desde niña, ya que su padre, el soltero Alfred P. Doolittle (soberbio Stanley Holloway), es un vividor que deambula de taberna en taberna y sólo busca a su hija para que le preste algunos chelines.

¿Unos bombones, Eliza?

Así es Eliza, a grandes rasgos, hasta que una noche (de 1912) conoce a Henry Higgins (Rex Harrison), un profesor de Fonética horrorizado por la forma en que sus paisanos -y en especial ella- destrozan el idioma de Shakespeare. Higgins se apuesta con el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White), un distinguido caballero a quien conoce a la salida de la ópera, en Covent Garden, que podría hacer pasar a la joven florista por una gran dama de la sociedad, una duquesa, en apenas seis meses.
Es una especie de broma, pero las palabras de Higgins le llegan al alma a Eliza. Ella sólo quiere una habitación lejos del frío de la noche, chocolate para comer y tener la cara, las manos y los pies calientes (la canción "Wouldn't it be loverly"). Aspira, en fin, a salir de la dura y monótona vida que lleva, siempre en la calle desde madrugada hasta la noche, recogiendo flores, limpiando y vendiendo su mercancía a gente rica como si pidiera limosna. Quiere ser una señora, trabajar en una tienda de flores en una zona más distinguida (en Tottenham Court Road, por ejemplo) y ser feliz. Una modesta aspiración, aunque para ello necesitará aprender a hablar correctamente inglés.
Llena de dignidad, aunque asustada y recelosa, al día siguiente se planta en el domicilio de Higgins con el propósito de dar clases. "¿Ya le he dicho que he venido en taxi?", le dice orgullosa a la ama de llaves, la señora Pearce (Mona Washbourne). Nada de lo que pueda hacer la joven, que se esfuerza en hablar con supuesta elegancia, impresiona a la señora Pearce, al coronel Pickering y al profesor Higgins.
Para Eliza es muy importante conservar la dignidad. No soporta, por ello, que Higgins le grite, le llame "calamidad" (en versión original, "baggage", que significa bulto pero también ramera) o que amenace con tirarla por la ventana o pegarle con el palo de una escoba. Tampoco le gusta que se burle de ella ni mucho menos la cadena de despectivos comentarios e insinuaciones que le suelta.

- Aquí tendrá comida y vestidos; si le diera dinero se lo gastaría en bebida.
- ¡Usted es un bestia! ¡Eso es mentira! ¡Nadie me ha visto catar nunca ni una gota de alcohol!


Conviene aclarar que el profesor Higgins es un misógino que no se esfuerza nada en ocultar esa condición. Más bien al contrario, exagera de manera grotesca y consciente su aversión hacia esa muchacha, quizá para dejarle bien claro dónde se ha metido y que no va a sentir ninguna compasión si le enseña a hablar correctamente. Se considera un hombre normal (la canción "I'm an ordinary man" define perfectamente su personalidad) y, por lo demás, detesta la hipocresía, los convencionalismos y cualquier rito social que signifique un retraso en su concepción del mundo... lo que significa que le desespera la alta clase social a la que pertenece.

- Pickering: ¿No se le ha ocurrido pensar, Higgins, que la chica tenga sentimientos?
- Higgins: No, no creo que tenga sentimientos que nos puedan preocupar. ¿Los tienes, Eliza?
- Eliza: ¡Tengo sentimientos como cualquiera!

La tentación del chocolate, un verdadero lujo para la muchacha, acabará por vencer su miedo y toda su resistencia. Finalmente se queda porque Pickering se compromete a asumir todos los gastos del que, para ellos, será un excitante experimento: dentro de seis meses se celebrará el baile de la embajada y a Eliza la harán pasar por una duquesa ante toda la distinguida aristocracia. Comienza así un juego para los hombres y un suplicio para ella, que ni siquiera conoce lo que es un buen baño. "¡Soy una chica decente!", berrea cuando la obligan a meterse en el agua caliente.

Cinco momentos de la evolución de Eliza: en la calle, hablando con un
hombre en Covent Garden; soñadora tras lograr hablar bien inglés por
primera vez; 
en las carreras de Ascot; en el baile de la embajada; y
tomando el té con 
la madre de Higgins, convertida ya en una dama. 

Lógicamente, uno de los aspectos más gratificantes del personaje que encarnó Audrey Hepburn es la gradual transformación que sufre desde el momento en que se somete al experimento. Eliza no sólo tiene que aprender a hablar correctamente su idioma, sino a utilizar el pañuelo en vez de la manga; a bañarse todo el cuerpo y no sólo la cara y las manos; a adquirir disciplina y capacidad de sacrificio; a valorar los pequeños logros como si fueran grandes conquistas; a apreciar, en suma, un universo desconocido.
A lo largo de esta considerable transformación, comprobamos cómo Eliza pasa del odio más visceral a la admiración más afectuosa hacia Higgins; del sencillo vestido verde que lleva en las agotadoras clases al excéntrico atuendo que luce en las carreras de Ascot; del "¡Garnnnn!", expresión soez de burla y fastidio que aplica a todo aquello que no le gusta, al fabuloso dictado de "The rain in Spain stays mainly in the plain", uno de los momentos cumbre de la película.
Es el canto del triunfo, un instante fabuloso de felicidad que explota cuando la chica adquiere por fin conciencia de lo que está haciendo tras una agotadora sesión a contrarreloj.

Podría bailar toda la noche.

Durante semanas, Higgins no ha podido sacarle de esta otra frase: "The rine in spine sties minely in the pline". Son casi las tres de la madrugada. Con un dolor de cabeza espantoso, fatigado y casi derrotado, el profesor le habla del prodigio de la lengua inglesa, de la herencia que recibe y de los altos ideales que transmite. Y es cuando Eliza, pensativa y silenciosa, consciente de todo cuanto supone su aprendizaje, arranca a hablar con perfecta dicción.
Su primera aparición en público se produce en las famosas carreras de Ascot, donde la joven se convierte en una sugerente atracción para gente como Freddy Eynsford-Hill (Jeremy Brett) o la propia madre del profesor, Mrs. Higgins (Gladys Cooper). El problema ya no es cómo habla -con suma elegancia- sino qué es lo que dice: familiares envenenados, borrachines o el famoso "Come on, Dover, move yer bloomin' arse!" ("¡Vamos, Dover, mueve ese cochino culo!"), con el que trata de animar al caballo por el que han apostado.
Hasta el baile de la embajada queda tiempo para resolver ese problema, pero ella no va a tener que actuar en esa señalada fiesta, sólo lucir su figura y su encanto para embaucar a todos. Con un vestido y un peinado fascinantes, Eliza se convierte en un maniquí perfecto: saluda, sonríe, hace reverencias, baila y camina como si hubiera nacido para ello. El milagro es absoluto y el triunfo de Higgins, total.

Eliza, el centro de atención del baile en la embajada.

Sólo hay un problema: que los sentimientos de Eliza han quedado profundamente heridos. Higgins y Pickering no celebran la tremenda transformación de la joven, sino haber ganado la apuesta. Ella es un objeto al que nadie felicita por su esfuerzo titánico, su dedicación y su éxito. El profesor no advierte tampoco que en el interior de la chica ha surgido algo más fuerte que el afecto. Ya no es una flor tirada a la que pueda pisotear, sino una mujer que desea amar y sentirse amada y respetada... preferentemente por Higgins, si fuera posible. De vuelta en la mansión de Henry, la vemos avanzar como si fuera al cadalso, mientras los dos hombres cantan y bailotean felices. Ella se siente morir. El proceso de aprendizaje le ha despertado todo tipo de sentimientos, entre ellos el del amor propio. Se siente ahora más herida que cuando él le llamaba "insecto presuntuoso".
Esta es otra de las escenas imprescindibles de la película, por el giro argumental y el decisivo paso que dan los personajes. Para Higgins es fundamental, ya que hasta entonces vivía sin ningún tipo de remordimientos, ajeno al corazón de cualquier persona y a los sentimientos que pudiera despertar a su alrededor. Eliza sigue siendo para él una niña de instintos básicos. Ahora, cuando se quedan solos, hay una joven que le lanza las zapatillas a la cara, que rechaza dolida el chocolate que le ofrece, porque ya no es la chica glotona y tan simple como era antes y le resulta doloroso que él siga tratándola igual.

- ¿Acaso te hemos tratado mal aquí?
- No.
- ¿Alguien se ha portado mal contigo? ¿El coronel Pickering? ¿La señora Pearce?
- No.
- ¿No pretenderás decirme que yo te he tratado mal?
- No.

El profesor tardará un tiempo en comprender lo que le ocurre y en notar el poderoso cambio que se ha producido en el interior de Eliza, que también sabe herir a su manera: cuando le tira las joyas que le ha regalado, le advierte que no quiere quedárselas por si luego él denuncia su desaparición. Es un golpe bajo para su ego.
Eliza abandona el hogar de Henry y al salir a la calle de noche se encuentra con Freddy, que no ha dejado de pasear por la calle donde ella vive (la canción "On the street where you live"). Ella está harta de palabras (la canción "Show me"):

Words! Words! I'm so sick of words!
I get words all day through;
First from him, now from you!
... if you're in love,
Show me!
(¡Palabras! ¡Palabras! ¡Estoy harta de tantas palabras! Escucho palabras todo el día. Primero, de él, ahora, de ti... Si me quieres, ¡demuéstralo!
).

Un paseo nocturno por el Londres de sus orígenes le demuestra que tampoco pertenece ya a ese mundo. Se despide de su padre, que está celebrando con tristeza el final de su soltería, y observa a las floristas, sus antiguas compañeras, como si hubieran pasado muchos años. Definitivamente, no pertenece a ese mundo. Su sitio está en un escalón social más elevado. Eliza se refugia en casa de la madre de Henry, quien le anima a mantenerse fuerte y en su sitio frente a la ruda y misógina resistencia de su hijo. El objetivo ya no es tanto el amor sino el respeto. Y la independencia. Cuando ambos se encuentran en casa de la madre, sabemos que la tarea será durísima, pero Higgins se ha acostumbrado a su cara, a su voz, a la melodía que canturrea, a su figura... a estar a su lado (la canción "I've grown accustomed to her face"). Que el profesor se muestre de repente tan frágil, desvalido y celoso, nos permite pensar que Eliza le ha ganado la partida.



La película:
- Procede de la comedia musical "My fair lady", de 1956, sobre la pieza escrita en 1918 por George Bernard Shaw, titulada "Pigmalion". En 1938 se filmó una adaptación cinematográfica ("Pigmalion"), dirigida por el británico Anthony Asquith, con Leslie Howard y Wendy Hiller en sus principales papeles.
- El musical teatral de 1956 contó con Rex Harrison y Julie Andrews, que fue descartada para la versión cinematográfica. Esta decisión provocó una fuerte polémica, ya que Harrison se posicionó a favor de su compañera. Ninguna actriz se atrevió a postularse para el papel, hasta que Audrey Hepburn, la principal favorita, se enteró de que Liz Taylor estaba dispuesta a aceptarlo. Fue entonces, según la propia actriz declaró más tarde, cuando dio una respuesta afirmativa.
- Rex Harrison consideraba que Audrey tenía un pasado y unas maneras demasiado aristocráticas como para hacer de florista callejera. No obstante, el rodaje y el esfuerzo de la actriz le hicieron cambiar de opinión y, durante la ceremonia de entrega de los Oscar, dedicó el suyo a sus dos actrices preferidas, Audrey Hepburn y Julie Andrews. Años más tarde, cuando le preguntaron quién había su compañera ideal de rodaje, declaró: "Audrey Hepburn".
- Julie Andrews y Audrey siempre destacaron que no hubo enfrentamiento ni malos rollos por este episodio entre ambas. Ni siquiera cuando, paradójicamente, Audrey se quedó sin Oscar porque lo ganó Julie gracias a la película "Mary Poppins".

Audrey, sonriente pero sin Oscar, entre Warner, Rex Harrison y Cukor.

- Pero la gran decepción de Audrey Hepburn no fue quedarse sin premio, sino la decisión de grabar su voz en las canciones y lanzar la película con la voz de la soprano Marnie Nixon en casi todos los temas. En la película sólo se escucha la voz de Audrey en unas pocas líneas no dobladas de las canciones "Just you wait" y "I could have danced all night". La razón aducida es que la actriz tenía un tono de mezzosoprano, no apto para la inmensa mayoría de las canciones.
- El actor Jeremy Brett (Freddy) también se quedó sorprendido y muy molesto cuando vio que sus canciones las había doblado otro cantante, Bill Shirley.
- Jack L. Warner, el productor, parecía muy dispuesto a borrar cualquier atisbo teatral en la película; además de tantear a James Cagney para el papel de Alfred Doolittle, quería a Cary Grant para el rol principal, el de Henry. La respuesta de Cary Grant fue ejemplar: no sólo rechazó la oferta sino que le dijo a Warner que no iría a ver la película si no actuaba Rex Harrison.
- El veterano actor Henry Daniell, que encarna al embajador en la secuencia del baile, falleció horas después del rodaje por un ataque al corazón.
- Audrey Hepburn fue la encargada de anunciar a todos los miembros del rodaje, tras filmar la escena de la canción "Wouldn't it be loverly", que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había sido asesinado.
- Vincente Minnelli y Joshua Logan fueron dos de los directores tanteados para dirigir la película antes de George Cukor.

Audrey y Rex, en una pausa del rodaje, con George Cukor.

- George Bernard Shaw no estuvo nada conforme con el final amoroso entre Henry y Eliza que plantea la película. El autor de la pieza teatral consideraba que no era posible esa opción. De hecho, en su versión, Eliza se casa con Freddy y consigue abrir una tienda de flores.
- En España, el doblaje destrozó la película, ya que hasta las canciones se grabaron en castellano. En el recuerdo queda "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", que sustituye a "The rain in Spain stays mainly in the plain".